Cuando llego al banco solo hay tres personas esperando turno. Toca pedirlo escaneando un código QR de una pared y un hombre me pregunta si debe utilizar la cámara. Me imagino, le digo, porque yo tengo una app para eso y no sé qué modelo es su teléfono.
L116 esa es la celda de Excel que me toca interpretar en ese momento. Al poco tiempo, luego de sentarme, llega una oleada de clientes al banco y pienso que me voy a demorar una eternidad en ese sitio, uno, a mí parecer, de los más deprimentes del mundo.
Me ahorro 20 minutos de narración contándoles que mi vuelta en el banco demoró solo ese lapso de tiempo. Salgo contento y llamo a mi hermana a ver si ya terminó su vuelta de reclamar medicamentos. Me cuenta que faltan 20 turnos para el de ella y que la farmacia está taqueada de gente. Mínimo me demoro 20.000 horas en ese lugar, dice. Río mentalmente de su hipérbole y le cuento que yo pude hacer mi vuelta de banco rápido y que a manera de premio me voy a hojear libros y quizá me compre uno. Nos estamos hablando sentencia ella, con un dejo de fastidio en su voz.
Cuando llego a la librería el ambiente del lugar está agitado. Varias personas revolotean por los pasillos preguntando diferentes títulos a los libreros. Me uno a ese flujo de personas y pregunto por Cometierra de Dolores Reyes. El librero lo busca en el sistema y me cuenta que está agotado. Luego, como por acto reflejo, pregunto por Rosa Montero, a ver si de pronto me encuentro con un libro de la autora española que no tengo en mi radar de lectura. Me dice que solo tienen La desconocida, la novela que escribió con Olivier Truc. Quizá me estoy perdiendo de una buena novela negra, pero esa no me ha llamado la atención. ¿No tienen más?, le pregunto de nuevo al librero, y me contesta que no, que de Montero solo tienen esa. También intento con Millás, pero el hombre, parece que por pereza, me dice que no tienen libros del escritor.
Es en ese momento cuando decido entregarme al ritual de hojear libros, que solo consiste en caminar por los pasillos de la librería, ladear la cabeza para leer los títulos en los lomos, sacar de los estantes los que me llaman la atención, leer un par de páginas, quedarme con ellos en las manos para luego evaluar comprarlos o devolverlos a su lugar.
Al poco tiempo confirmo que el librero que me atendió tiene pereza, pues me encuentro con La carne y la historia del rey transparente de Montero. Como siempre me pasa cuando me topo con la primera novela, no me resisto las ganas de leer su primer párrafo:
La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor.
No puede tener más razón el narrador de esa novela. Devuelvo el libro a su lugar y continúo con mi tarea de hojear libros hasta que encuentro el que me quiero llevar, El descontento de Beatriz Serrano.
Luego en la fila para pagar que es larga, me distraigo viendo otros libros de Murakami. Pienso en que hace mucho no leo nada de ese autor y por un segundo evalúo si más bien llevar un libro de él y no el que escogí, o bien llevar los dos. En medio de ese breve dilema suena mi celular. Contesto y es mi hermana. Me dice que ya terminó de reclamar los medicamentos y que no me mueva de donde estoy para ir a almorzar.