Me encontré en estos días con una amiga de mis padres. Su familia, otra y la mía siempre han sido muy cercanas, desde aquellos tiempos en que las tres vivieron en Popayán. Después del saludo y un par de frases de esa conversación protocolaria en la que la mayoría de veces caemos, me comenzó a preguntar por mi familia, que como estabamos, que si había algo nuevo por contar, etc. Después de decirle que todo, al parecer, andaba en orden, un silenció incomodo envolvió nuestra conversación.
Supe en ese momento que quería hablarme de algo, pero que necesitaba que yo como interlocutor le sacara cuidadosamente las palabras, no las comunes y corrientes, sino esas que tantas veces se nos clavan adentro, y por las cuales enfermamos al no sacarlas.
Era claro que no podía decirle algo cómo "Bueno, ¿Cuál es el misterio? al grano por favor" así que poco a poco enderecé la conversación hacía eso que tanto me quería contar. Hace una semana su esposo tuvo una complicación cardíaca, y ella y sus hijos se llevaron un susto tremendo.
Me imagino qué muchas veces he dejado escapar muchas oportunidades en las que hubiera podido ser un "médico de palabras", pero mis ansías de figurar en la conversación las han aniquiliado. Todos, creo yo, deberíamos preocuparnos más en escuchar mejor a las personas, para saber cuando quieren decir algo que les cuesta y necesitan de nuestra ayuda. En esta ocasión las palabras y ligera ansiedad de la mujer me ayudaron, pero para actuar, independiente de la situación, no siempre podemos esperar que nos den todas las señales.
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