Yo no soy ninguna especie de Edward Snowden, ni Julian Assange; mucho menos un templario o un Iluminati, o alguien que maneje información totalmente confidencial o que ponga en riesgo la seguridad Nacional. Eso es lo que yo, por lo menos, creo. Vaya uno a saber si hay personas que consideran que uno tiene información valiosísima, la cual sería un peligro si cae en mano de otros.
¿Quiénes pueden ser esos otros? Nada más ni nada menos aquellos que adquieren los servicios de piratas informáticos. Hoy en día parece que no solo hay piratas en los mares Somalía, sino también en esta tierra de nadie que conocemos como internet. Hace unos días, fantasee con la idea de que habían interceptado o hackeado mi portátil, durante un par de horas en las cuales no pude entrar a revisar mi correo de gmail.
Creo que si en algún momento llegará a tener en mí poder algún tipo de información súper confidencial, digna de espías y organizaciones secretas, trataría en lo posible de grabármela en la cabeza.
Recuerdo que en una película, unos mafiosos utilizaban a una niña con una memoría prodigiosa para que llevara una clave de números muy extensa en su cabeza. Dado el caso no creo tener la capacidad de memoria de ese personaje, pero tampoco tengo conocimiento de algún número que deba aprenderme; sin embargo debo comenzar a practicar, pues ni siquiera me sé el de mi cuenta bancaria.
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