Sábado 10 de la noche. Después de una semana de vacaciones, me monto en un avión. Siempre que lo hago, me gusta hacerme en la ventana solo para ver como la aeronave se desprende del suelo. En esta ocasión no pude deleitarme con ese, tan normal y complejo, espectáculo pues me tocó el puesto de la mitad.
Luego de unos minutos, nadie se ha sentado en la silla que queda a mi derecha y que da al pasillo. Hace calor así que aprovecho para quitarme la chaqueta. Fantaseo con la idea de que una mujer completamente hermosa es la que va a ocupar el asiento, y que vamos a hablar durante todo el vuelo, intercambiaremos nuestros números de teléfono y etc. etc. etc.
Mientras diferentes ideas se me disparan en la cabeza, finalmente alguien llega a ocupar el asiento, un hombre con barba que lleva una maleta al hombro. La realidad y su manía de no colaborarle a nuestros deseos. Apenas se sienta dice algo que no alcanzo a entender. Lo miro y le sonrío, que hipócrita.
Después de ver el video de “En caso de emergencia”, que siempre me hace pensar en un avión cayendo en picada directo hacia el mar, despegamos, y encienden el aire acondicionado a una temperatura digna de contrarrestar el calor del infierno. Hago malabares para ponerme la chaqueta sin golpear a nadie.
Bajo el descansabrazos, que comparto con el asiento de “Barbas”. Después de unos minutos, retiro mi brazo derecho de este para prender el televisor y cuando lo voy a devolver a la posición que ocupaba, me encuentro con que “Barbas” ocupa todo el descansabrazos con su brazo izquierdo.
Lo miro de reojo pensando “¿Quién Carajos se cree?” Pero es complicado, el descansabrazos es un territorio que le corresponde tanto a él como a mí, pero en ese momento eso no me importa; pienso que si yo fui el que lo bajé tengo más derecho a utilizarlo.
“Barbas” continúa ocupando todo el territorio, mientras yo me siento ridículo con mi brazo por ahí volando. Saca su portátil y se pone a editar la foto de una mujer en traje de baño como la que yo esperaba que ocupara su asiento. “Barbas” se distrae y utiliza su brazo izquierdo para sacar algo de la maleta. Apenas me doy cuenta de eso, ubicó mi brazo derecho sobre el descansabrazos “¡Ja! Se ha hecho justicia” pienso. “Barbas” intenta poner su brazo en el lugar donde lo tenía antes, pero ahora el mío ocupa el territorio en disputa. Ahora él está incómodo.
Esta dinámica se presentó durante todo el vuelo, y solo en un par de ocasiones ambos pudimos descansar nuestros brazos al mismo tiempo sin incomodar al otro.
En nuestras vidas compartimos muchos territorios, no solo físicos, con otras personas. Viviríamos de manera más tranquila si llegáramos a un acuerdo sobre su uso. También es cierto que en la retahíla de "En caso de emergencia" en los aviones, deberían mencionar algo sobre el correcto uso de los descansabrazos de las sillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Un comentario a $300 dos en $500