Hago fila para entrar a un bar y llevo puesto un gorro rastafari. Los dreadlocks más bien parecen trenzas mal hechas aunque no importa, hace años es mi disfraz comodín para estas ocasiones. Espero a una espantapájaros y una pareja disfrazada de caja de nerds.
Decido abandonar la fila y le pregunto a un hombre, sin disfraz, dónde compró el tinto que tiene entre sus manos. "En la bomba" responde. Camino hacia el sitio para comprarme un capuchino y me cruzo con un hombre con dreadlocks reales. ¿De qué le gustará disfrazarse? Va con su novia y un grupo de amigos y llevan puestos shorts y camisas ligeras, "Que frío tan berraco, tal vez buscan una playa" pienso.
Compro mi bebida caliente y me devuelvo a hacer fila. Al poco tiempo llegan un hombre y una mujer; continúan una conversación que, imagino, comenzó en el taxi que los trajo. No están disfrazados o, por lo menos, eso parece. Hablan sobre anécdotas en las que ambos participaron o tienen conocimiento.
Se tratan de "usted" y "marica". Los observo disimuladamente por un rato, hasta que un hombre, bajo el efecto de quién sabe que sustancia, se pone a alegar con un ser imaginario que solo él ve. Lo insulta repetidas veces, siempre con la misma frase: "Lo voy a mandar a pelar hijueputa".
Retorno mi atención a la pareja, siguen hablando y riendo. Parece que miden cada frase que enuncian al igual que sus gestos. Quizás desde hace tiempo se gustan y ninguno quiere dar ese primer paso para dejar en evidencia sus sentimientos.
Quieren continuar con el apacible y cómodo título de "amigos".
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