Estás dormido. Algo te saca de tu sueño, no sabes qué. Nos cuesta entender qué ocurre mientras transitamos el extraño camino hacia la vigilia, lleno de pensamientos brumosos que parecen no tener sentido ni forma.
¿Fue la alarma? te preguntas. Miras el reloj, y este te observa estático, con su hora, que parece liquida, de color rojo: 3:20 a.m. Caes en cuenta que no suena, que mantiene su propiedad de objeto inerte en todo sentido y también que algo se mueve, no solo algo, todo. El mundo entero se sacude. Tu mente sale del aturdimiento y te regala una palabra enmarcada en un aviso de neón imaginario : !Terremoto!.
Te levantas, piensas en ese kit de emergencia con un silbato, una botella de agua y una linterna, que no tienes y en ese punto de encuentro que tú familia nunca definió. Rápido, tú mente descarta esos pensamientos. Te pones encima lo primero que encuentras y sales del apartamento. Ahora eres Usain Bolt y bajas las escaleras a grandes trancos. En el quinto piso frenas. Una mujer camina lento, delante tuyo, con sus tres hijos. Ocupan todo el espacio. Por fin ves un hueco por el cual meterte para continuar tu carrera. Al pasar empujas a la mujer, que cae al suelo.
Sigues de largo, tu instinto de supervivencia ha borrado toda tu humanidad. Ya en la calle, jadeando, recuerdas como, en el último simulacro en el que participaste, evacuabas el edificio tranquilamente, sin atropellar a nadie, mientras hacías bromas con tus compañeros de oficina.
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