Uno de los primeros libros que tuve fue uno de historias de los hermanos Grimm. Era de pasta dura y tenía en la portada, al fondo, un dibujo de una casa de campo en medio de un bosque y un personaje en un plano cercano.
Desde que me lo regalaron me cautivó mucho, porque a diferencia de los otros libros que tenía, su interior estaba repleto de letras y no tenía dibujos.
Recuerdo que nunca lo leí con mucho orden, es decir, ojeaba un par de páginas y luego me distraía con cualquier cosa, con las carreras que hacía con todos mis carritos de juguete, por ejemplo, una de mis actividades favoritas en ese entonces.
En esa época pasaba mucho tiempo sólo con mi mamá. Mi papá trabajaba en otra ciudad y mis hermanos estaban en el colegio. En las mañanas, cuando me aburría de jugar en mi cuarto, me aparecía en la cocina, casi siempre con una hoja en blanco, me sentaba en la mesa y le pedía ideas a mi mamá sobre qué dibujar, "¿mamá qué dibujo?"
Un día decidí cambiar esa rutina y lo que llevé fue el libro de los hermanos Grimm. Le pedí a mi madre que me dijera un número, abrí el libro en esa página y comencé a leer sin importar si el cuento en el que caía iniciaba, iba por la mitad o estaba a punto de acabar.
No sé por qué, pero de cierta manera me gustaba la aleatoreidad y el permitirme un poco de desorden en la lectura. Tal vez algo levemente similar a lo que pensó Cortázar al escribir Rayuela: "un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de admisión de otras posibles realidades, de otras posibles aperturas."
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Un comentario a $300 dos en $500