Se llama Alessandro, Alessandro Tagliaferri y no tengo ni la más mínima idea quién es, pero si sé que falleció ayer, el periodico lo anuncia. Lo más probable es que tenga ascendencia italiana. Me gusta como suena todo su nombre, que parece una guerra entre vocales y consonantes.
Su aviso funebre está en italiano. La similitud de ese lenguaje con el español, permite que entienda parte de lo que dice. Tagliaferri fue alumno y profesor del colegio Italiano. Me lo imagino en una casa de campo sentado en un sillón muy comodo, canoso, con anteojos y fumando pipa, mientras lee un libro. A su derecha justo al alcance de su mano, reposa una copita de Jerez seco sobre una mesita de madera finamente tallada, que bien podría hacer parte de una de las salas del Louvre.
Tampoco sé en que circunstancias murió, espero que no haya sido de manera trágica, es decir durmiendo, pues ese es el imaginario colectivo, que si la muerte nos agarra en los sueños no es tan terrible.
Supongo que Tagliaferri habrá hecho miles de cosas durante su vida, unas buenas y otras no tanto, pero es seguro que su partida hacia el desconocido destino de la muerte, y más en estas fechas en que la nostalgia pega tan fuerte, tiene devastado a sus familiares y amigos más cercanos.
No puedo llorar a Tagliaferri porque, como ya dije, no lo conocí, igual que no puedo llorar a Carrie Fisher por más princesa Leia que haya sido.
No puedo llorar a Tagliaferri porque, como ya dije, no lo conocí, igual que no puedo llorar a Carrie Fisher por más princesa Leia que haya sido.
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