jueves, 5 de enero de 2017

Chiringuito

Primavera.  Hace sol y el contraste de las nubes con el cielo es agradable,  ¿para quién? por lo menos para él.  Hace unas horas, mientras caminaba por el Barrio Gótico, sintió que necesitaba un cambió de ambiente.  Siguió caminando para ver hacia donde lo jalaban sus los pasos, la vida.

Ahora contempla el oceano sentado en una silla de un chiringuito del mar  pequeño, quizás el más rústico de todo el sector, que tiene  mesas de madera con acabados burdos y una mesera hermosa de ojos azules.  Le gusta el lugar, le gusta su nombre y como suena Chi-rin-gui-to.  Podría adoptarlo como un mantra para el resto de su vida y, cada vez que se sienta mal, repetir la palabreja indefinidamente. También le gusta la mesera. Se llama Celia, Zelia, para él, que es más española que Cervantes.

El lugar no tiene cabida para la uniformidad ni la simetría,  ¿Quién las necesita? se pregunta.  No sabe que va hacer mañana, ni dentro de una semana, mes o año, solo sabe que no quería permanecer en el lugar del que partió hace 2 meses.

Lleva todas sus pertenencias: 7 prendas de vestir,su portátil y un pocillo de la suerte, en una mochila de color azul similar al del cielo, sube la mirada y  se baja las gafas negras hasta la punta de la nariz para confirmarlo.  La brisa le golpea la cara.  Sonríe.  Celia llega con el segundo mojito de la tarde.

Su mente lo traslada al futuro  y lo distrae con diferentes angustias.  Antes de llevarse la mano derecha a la cabeza, para adoptar una postura adulta de preocupación, recuerda su nuevo mantra: Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to, Chi-rin-gui-to...Lo repite hasta que la palabra ocupa toda su mente.

Le da el primer sorbo a su nuevo mojito.  Sabe perfecto, como una historia redondita sin cabos sueltos.  En ese momento todo cobra sentido. La eternidad debería ser como un chiringuito. 

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