Felipe Oliveira camina por la calle a eso de las 6:00 de la tarde. Le gusta hacerlo a esa hora, pues el frenético movimiento de las personas que salen de la oficina y no ven la hora de llegar a sus casas, lo hace sentir vivo.
Siempre camina mirando hacia el suelo. Ver como un pie avanza y el otro lo persigue, es algo que lo tranquiliza. Rara vez levanta la cabeza. Hoy lo hizo cuando escuchó la fuerte frenada de un carro a pocos metros de distancia. Entabló contacto visual con una mujer de su edad, o eso le pareció, que venía en dirección contraria.
Era bonita y no puedo evitar sonreírle. Ella le pagó con la misma moneda, En ese momento Felipe sintió como un fuerte soplo de brisa le golpeaba la cara, luego, con algo de pena se fijo en una par de pájaros que revoloteaban cerca de unos cables de alta tensión, hasta que dejaron de hacerlo y se posaron sobre ellos adoptando una posición de estatuas.
Se preguntó por qué no les pasaba nada. Al bajar la vista se encontró de nuevo con los ojos de la mujer, quién ahora sonreía con una intención casi sexual, o eso le pareció.
Cuando estaban a punto de cruzarse, en un arrebato, la agarró de un brazo y la haló hacía él, mientras que con el otro le sostuvo la nuca. Se besaron como si fuera el último beso sobre la faz de la tierra. Al terminar, se sonrieron por última vez y cada uno siguió su camino. Alguien, no estaban seguros quién, los esperaba en casa.
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