Pierre Curie, dándole la espalda, tomó su maletín y luego se dio vuelta. La miró serio por unos segundos. Ella tenía muchas ganas de abrazarlo, de darle el sagrado beso de despedida de todos los días, pero empapándose de orgullo no hizo nada y le sostuvo la mirada. Pensó decir algo, lo que fuera, pero apenas comenzó a abrir la boca, sus labios empezaron a temblar, así que prefirió quedarse callada e intoxicarse con sus lágrimas.
Él sí tuvo valor para hablar, organizando sin problema alguno una pregunta sencilla despojada de cualquier sentimiento, que a ella le pareció la mayor ofensa posible: “¿Vas a ir más tarde al laboratorio?”.
"¿Dónde dejó el “vida mia”, “cariño”, “amor”?” se preguntó Marie. Tenía que seguirle el juego de la indiferencia, pero, ¿hasta cuándo?”. Le despachó un “No sé” con forma forma de puño verbal, luego concluyó: “No me gusta que me presiones Pierre”.
Pierre no dijo nada más y se marchó. Horas después, cuándo Marie quería dejar el incidente atrás, lo volvió a ver, pero ya no le pudo decir nada. Pierre había muerto atropellado por un carro.
“Entro en el salón. Me dicen: «Ha muerto.» ¿Acaso puede
una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a
quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él,
a quien esperaba estrechar entre mis brazos esa tarde, ya
sólo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre."
- Diario de Marie Curie -
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