La semana pasada, al momento de comprar un pan Baguette, le pregunté, a quien al parecer era el panadero: un hombre con delantal y gorro blanco , que si el producto estaba fresco.
"Claro" respondió mientras sonreía. Su gesto me pareció totalmente confiable, y como estaba de afán no apliqué mi prueba de frescura cuando compro pan: presionarlo, por encima de la bolsa, entre el pulgar y el indice para comprobar que esté blando.
Al día siguiente comprobé que el pan era una piedra, que más o menos logre mejorar con una vieja técnica, que no recuerdo donde aprendí, en la que se le echa agua por encima y se calienta un poco en el microondas.
¿Por qué me mintió ese hombre? Quizás era el carnicero y simplemente lo confundí; igual no es un asunto de vida o muerte, pero creo que todos somos capaces de mentir con esa facilidad sobre cualquier tema, independiente de la gravedad del asunto.
Lo complicado es que empezamos mintiendo estupideces; cada una le da fuerza a la siguiente y relaja nuestra actitud, hasta que vemos como una de nuestras mentiras, como avalancha, quién sabe a cuantos hunde y/o arrastra, mientras nosotros hacemos equilibrio en la orilla.
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