Pedro Neuman muerde la empanada fría imaginando que está muy caliente. Mediante ese pequeño acto de autosugestión, o bien fe hacia el dios del calor, el dios de las empanadas o, mejor aún, el dios de las empanadas calientes, le resta importancia a la temperatura del alimento.
Si le mencionara a algún católico radical que engulló la comida masticando esas ideas, quizá lo tildaría de blasfemo. Como no conoce a ninguno de esos catadores de empanadas frías que tiene a su lado, prefiere tragarse sus ideas al igual que ellos la empanada.
Le gustaría que todas las religiones fueran politeístas, pues cree que los dioses, por más dioses que sean, a veces se enredan siguiendo el rastro de las acciones de miles de personas a lo largo del día; por eso es más fácil dictaminar que muchas cosas son pecado y ya. De igual manera, la imagen que se crea la sociedad acerca de ese único dios es uno que castiga y al que se le debe temer. “De ahí la frase temor de Dios”, se le ocurre.
Ahora los meseros pasan repartiendo bebidas calientes: té o café son las opciones. Después de otro mordisco a la empanada, Neuman decide que si la que escoge llega a estar fría, dejará la religión de lado para siempre.
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