Hay días en los que nuestra existencia se reduce en ser turnos. Hoy, por ejemplo, fui dos: El 041 en un consultorio y más tarde el L99 en un banco. La “complejidad” del turno, imagino, viene dada según la transacción o vuelta que hagamos.
El primero, asignado temprano en la mañana, sólo tenía números porque era algo sencillo, las personas todavía andábamos somnolientas y quizás agregarle letras o más números complicaría nuestro nuevo estatus de turnos.
Mientras lo reclamaba, la mujer detrás del mostrador o cajera médica, suponiendo que el término aplica, le preguntaba a una mujer joven que también esperaba su bautizo de turno, si estaba embarazada.
“¡No!” respondió la mujer con asombro y un ligero tono de indignación. Al rato tomo su turno, el 040, y se sentó. La observe por un rato, pero era en extremo flaca; parecía haber contestado con la verdad.
Mi tiempo como 041, duró más o menos 1 hora. Luego volví a ser yo, hasta que el mediodía fui al banco, donde me convertí en L99. Fíjese usted, estimado lectror, que ahora al turno se le suma una letra, pues la vuelta implica manejo de dinero y debe ser más exacta, por eso la combinación de consonante y número. Bajo ese nombre me sentí como una casilla de batalla naval o como la celda de una hoja electrónica. Debe ser porque en esos recintos adquirimos identidad de importe monetario y sin darnos cuenta se hacen cálculos con y entre nosotros.
Imagino que cada vez que nos asignan un turno, nos despojan de a poquitos de nuestra humanidad, o lo que queda de ella. Llegará el día en que no podremos actuar bajo nuestra propia iniciativa, sino que todo lo que hagamos se decidirá a punta de turnos.
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