Treinta y ocho palabras. Es un párrafo pequeño de apenas tres líneas, la última cortada a la mitad. Es la transición de una escena a otra, una que comenzó reflejando el sentimiento del amor y termina llena de odio. Sabe lo mucho que le gusta a los lectores montarse en esas montañas rusas emocionales.
Su meta eran 1000 palabras, pero simplemente no las pudo sacar de su cabeza, sistema, tripas, corazón, o de donde sea que le salen. Esto es un decir, pues si lo había hecho; después de ese corto párrafo había escrito otro par de más de 100 palabras cada uno, con los que sobrepasaba su cuota diaria, pero estos, en forma, estilo, palabras y ritmo no tenían la calidad de ese pequeño párrafo. Por eso los borró y justo después de escribirlos dedicó todos sus esfuerzos al pequeño párrafo.
Pasó toda la tarde editándolo, escogiendo las palabras adecuadas, mirando mil maneras de puntuarlo, podándolo para expresar lo que quería en la menor cantidad de palabras posibles.
Por el momento le parece que está perfecto. Quizá mañana, justo después de leerlo, lo borre, pues a veces las palabras tienen sus días, nosotros los tenemos para ellas o viceversa.
Treinta y ocho palabras. Ese fue el avance de su novela hoy y que prefiere no comentar con nadie. Está seguro de la pregunta que le harían “¿Sólo treinta y ocho?”
“Ojalá el esfuerzo siempre fuera proporcional al resultado” piensa.
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