Es la primera vez que Sofía Castaño saca su almohada de casa. Tiene una polisomnografía, palabra que le deja un buen sabor cada vez que la pronuncia en voz alta o mentalmente.
Con ínfulas de lingüista, Sofía supone que el término tiene que ver con las palabras somnífero y grafía. En términos sencillos su definición podría ser: descripción del sueño, aunque le parece que suena más bonito “geografía del sueño”, definición más sonora, incluso poética. ¿Qué mejor que aventurarse a averiguar qué ocurre, a todo nivel, en el territorio del sueño?, quizás ese estado guarda las respuestas a todos los interrogantes que tenemos sobre la vida.
Le gusta inventarse las definiciones de las palabras que no conoce para darles algo de vida. Cometió el error de buscar la definición en internet antes de llegar al lugar: “Técnica electrofisiológica de evaluación del sueño”. Asocia la segunda palabra con descargas eléctricas, tortura, en general un mal rato.
Lleva consigo la mejor arma para combatir largas horas de espera en consultorios médicos: un libro, Cuentos de Chejóv es el que está leyendo. Desde que se topó con su cita y/o consejo narrativo del arma quería leerlo: “Uno nunca debe poner un rifle cargado en el escenario si no se va a usar. Está mal hacer promesas que no piensas cumplir.”
Llega al centro clínico a eso de las 7 de la noche, completamente fresca, sin rastros de cansancio ni sueño. Le habían dado la indicación de que el día del examen madrugara, pero había trasnochado y dormir largo después de una noche de fiesta, estaba por encima de cualquier cosa.
Siente que el lugar tiene un exceso de luz y blanco. La mujer que la recibe saca una hoja de papel y comienza a hacerle unas preguntas abiertas que a Sofia le parecen ambiguas. No sabe si las respuestas que da son las apropiadas, se siente como cuando un médico le pregunta: “¿de 1 a 10 cuál es el nivel de dolor en este momento?” 6, 7, 8.34, 3,15 ¿cómo saberlo?
Después de un rato la llevan al lugar del examen, un cuarto con una cama, closet, baño y un televisor empotrado en la pared. La enfermera le dice que se cambie, vaya al baño y se acomode en la cama. Sofía le pregunta que si puede leer. “Lo siento no puede” responde la mujer como si nada, “debo apagar la luz para el examen”.
Una vez acostada la mujer le unta un gel en las sienes y en la barbilla y comienza a conectarle cables por todo el cuerpo. Cuando termina sale y le dice que mueva los ojos de un lado a otro con los parpados abiertos y cerrados, que respire, trague saliva, cosas que hacemos sin darnos cuenta mientras estamos dormidos.
No tiene sueño. Prende el televisor y salta de un canal nacional al otro. Por primera vez, desde hace muchos años, se ve todo el noticiero; luego intenta ver una novela que ya está avanzada, por lo que le cuesta entender la relación de los personajes y sus historias. Un hombre estrellando una botella de Whiskey contra un espejo, es la escena que abre el capítulo que transmiten; luego camina hasta un cuarto se sienta en el borde de una cama, se lleva ambas manos a la cabeza y comienza a llorar desconsolado. “Que ridiculez” piensa Sofía. Le molesta el exceso de drama en la ficción y vida real, sin un motivo aparente.
Su reloj Marca las 10:30 p.m. Sin sueño, cierra los ojos y hace un gran esfuerzo para quedarse dormida. Siente que pasa mucho tiempo sin lograr su cometido.
Pasa una mala noche en la que se despierta varias veces y le cuesta volver a conciliar el sueño.
De repente la enfermera entra al cuarto, prende la luz y dice: “La prueba ya acabo”, puede vestirse. Los resultados le llegaran a su correo electrónico”. “¿Así nada más?, ¿ni un vasito de jugo de naranja o un tintico?” piensa Sofía.
Siente que sólo durmió 15 minutos y que le va a tocar repetir el examen. Se viste de prisa e intenta quitarse dos electrodos del pecho, pero parece se los pegaron con pegante industrial. Olvida el asunto y sale del cuarto. No hay nadie en la recepción del lugar. Sofía piensa que el personal son como fantasmas, que aparecen cuando comienzan a llegar los pacientes en la noche.
Ya en la calle se siente algo ridícula cargando una almohada pasadas las 6 de la mañana, como si se le hubiera perdido su cuarto o, mejor, su cama. Siente sueño.
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