“Juliana que mala eres”…
Los rayos de sol entran por la ventana y caen sobre sus piernas. Sentada en la buseta, de un momento a otro la letra de la canción de salsa asalta a Juliana.
“¿Soy mala?” se pregunta. Cree que no. Lo complicado es que lo que uno cree pocas veces concuerda con lo que piensan el resto de las personas.
De un tiempo para acá siente que Milagros, su amiga de toda la vida la evita. Las preguntas siguen llegando: “¿Qué le habré hecho?” piensa, mientras la canción de Cuco Valoy, como música de fondo, termina de componer la escena: “me sacrifique por ti porque por ti estaba ciego y mira como me pagas”
“Deudas, eso es. Siempre estamos debiendo algo y en algún momento, a falta de un pago que no hemos realizado, puesto que desconocemos la obligación adquirida, nos cobran con indiferencia.”
La canción se acaba, pero la letra le queda dando vueltas en la cabeza. Ahora suena otra, un reggaeton desprovisto de emoción que no le evoca ningún recuerdo.
La amistad, que territorio tan complicado ese. Le gusta más la palabra en inglés, Friend-ship. Le parece más apropiada para describir lo que siente, pues ese barco de “afecto personal puro y desinteresado compartido con otra persona” a veces se encalla, y si no se toma una acción rápida existe la posibilidad de que se hunda para siempre, “Titanic amistoso” se le ocurre.
Cree estar lista si la catástrofe llegara a ocurrir.
“Que mala eres Juliana”…
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