Hace más o menos un año, una amiga se enfrentó a un punto de trama, esos sucesos que ponen a girar una historia para dejarla encarrilada en cualquier dirección. Dicen, los expertos en teoría narrativa, que es importante aprender a identificarlos pues son los que nos ayudan a planear la trayectoria de las historias.
Ella llevaba más de 10 años trabajando en la misma empresa y ya no aguantaba más la presión de su trabajo, familia, pares, de todo y todos, así que decidió gastarse sus ahorros en un viaje.
Luego de unos breves mensajes en Facebook, iniciamos una comunicación epistolar lenta que, una de las partes aviva, más o menos, cada 3 meses. Aparte de los variados temas que tocamos, siempre incluimos recomendaciones de películas, videos, libros, series, etc.
En su último E-mail me me recomendó leer a un filósofo de la India que se llama Jiddu Krishnamurti.
Descargué un documento titulado “El libro de la vida”, en el que, a lo largo de un año, escribió cada día una pequeña reflexión. Krishnamurti dice, por ejemplo, que todos vivimos inmersos en una lucha continua y queremos pasar de un estado a otro indefinidamente: Si somos pobres, queremos ser ricos, desempleados - empleados, feos- atractivos, etc. y que esa actitud sólo nos genera sufrimiento.
Elena Ferrante, una, ¿escritora?, ¿escritor? que podría gozar de esos estados que tanto queremos alcanzar intenta ser nadie, en un mundo que a cada rato nos exige ser alguien, aplausos para ella.
“No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la
personalidad de quien escribe a través de las historias
que propone, de sus personajes, de los objetos y
paisajes que describe, del tono de su escritura,
no es ni más ni menos que un buen modo de leer.”
—Elena Ferrante—
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