Hace unos años en un taller de escritura, el escritor que lo dictaba habló en una sesión sobre uno de los rituales del escritor japonés Oe Kenzaburo, que consistía en apagar las luces y sentarse, en plena oscuridad, en la mitad de una habitación con una grabadora en mano, para narrar las novelas, que luego transcribía y editaba.
El comentario fue una nota al margen, que se quedó grabada en mi memoria y que, considero, tiene algo de fascinante. Hoy busqué en internet para ver si lograba dar con algún vínculo relacionado con Kenzaburo y su particular método creativo, pero no encontré nada relacionado con el tema, sólo un documento sobre una conversación epistolar que mantuvo con Vargas Llosa, quien es un gran admirador de su trabajo.
Fue bueno saber que internet no lo sabe todo o que soy pésimo para realizar búsquedas concretas, aunque no deja de preocuparme que me haya inventado esa historia, hecho que tal vez indique inicios de demencia, en fin.
Imagino que todos tenemos ciertas rarezas creativas que puede ser, digamos, la forma en que le untamos mantequilla y mermelada a una tostada, el ritual para secarnos cuando salimos de la ducha o la manera en que nos ponemos las medias. Esas particularidades en nuestro carácter deben sobresalir en nuestra conducta, para ayudarnos a entrar al tan, a veces, esquivo mundo de las ideas.
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