Uno va por la vida adquiriendo deudas de todo tipo. Por ejemplo, con la lectura. Día a día nos encontramos con libros y autores que no habíamos ubicado en nuestro radar de lectura, e inmediatamente los añadimos a lo que Humberto Eco llama la anti-librería o los libros que no hemos leído y que, quizá, nunca vamos a leer.
Hace mucho me recomendaron que leyera “El Cobrador”, un cuento de Rubem Fonseca. Desde ese día lo había tenido presente, pues me pareció ingeniosa su trama: Un tipo que siente que el universo, la vida, dios, las personas, la sociedad, todo y todos están en deuda con él en cuanto a dinero, pinta fama, mujeres, sexo, etc. y asesinar personas es su manera de saldar cuentas.
La deuda con la lectura es una constante, y el dios de la lectura, aventurémonos a imaginar que existe, siempre nos la está cobrando, igual no hay mucho por lo que preocuparse pues siempre vamos a quedar debiéndole; además los libros también tienen una deuda permanente con nosotros, que consiste en ayudarnos a comprender la realidad que, a diferencia de la ficción, no necesita sentido alguno.
Hoy por fin leí el cuento en una antología de los mejores relatos de Fonseca. Creo que, en medio de su salvajismo, nos parecemos a su protagonista.
“Me quedo frente a la televisión para aumentar
mi odio. Cuando mi cólera va disminuyendo y pierdo
las ganas de cobrar lo que me deben, me siento frente
a la televisión y al poco tiempo me vuelve el odio”
- El Cobrador -
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