viernes, 8 de diciembre de 2017

3:50 a.m.

Hace unos minutos se despertó. Siempre que le ocurre eso en la madrugada, intenta descifrar cuál fue la razón o causa del hecho. ¿Me duele algo? Se pregunta. Fija la atención en diferentes partes del cuerpo, y las repasa una a una, como si estuviera en una sesión de Yoga Nidra, pero no nota nada inusual. Llega a la conclusión de que el calor es la causa de su estado de vigilia, patea las cobijas con furia y sólo se queda con la frescura que le proporciona una sábana.


Da vueltas y más vueltas, pero no logra dormirse de nuevo. No quiere revisar el reloj pues alguna vez leyó un artículo en el que aconsejaban que en esas ocasiones lo mejor para volver a conciliar el sueño era cerrar los ojos como si nada hubiera pasado.

Como si nada hubiera pasado, ¡maldita sea! Algo, en algún lugar del mundo tuvo que haber ocurrido para que me haya despertado, piensa ahora. Ya no aguanta más, abre los ojos con rabia, estira una mano para coger el celular y mirar la hora. 3:50 a.m. le responde la pantalla, encegueciéndolo por un instante.

Se acuerda y se alegra que su tiempo esté 50 minutos por encima de la hora del diablo o la hora del tiempo muerto; lo que menos necesita ahora es tener un encuentro paranormal.

Se sumerge en una frenética revisión de sus redes sociales, en busca de algo, ¿qué? no lo sabe, pero teclea con habilidad buscando esa descarga de dopamina, producto de favoritos y likes; esa ilusión de aceptación social. 

Por alguna razón que supone paranormal, piensa que hay alguien: una entidad, algo, recostado en el sofá de la sala. ¿Quién puede ser? Siente algo de miedo al tiempo que sus tripas emiten un gruñido exigiendo algo de comida.

Seguro de que no va a poder dormirse de nuevo, sale del cuarto para averiguar quién demonios, valga la redundancia, está en la sala y picar algo que no le dañe el desayuno de unas horas más tarde.

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