Estoy en una rueda de prensa en una librería y no conozco a ninguno de las personas que están en el lugar, solo a la jefe, es decir, la jefe de prensa de un músico inglés que viene a dar un concierto. La verdad no la conozco sino que, por ciertas vueltas del destino, me llegó la invitación y la acepté, pero he cruzado, escasamente, un par de palabras con ella.
Hay cámaras, micrófonos, y varios grupos de conversación llenos de risas y quién sabe que tipo de conversaciones, y también estoy yo, estudiando el panorama, ahí en medio de todo y todos, evitando a toda costa refugiarme en mí celular.
A mi derecha está un tipo que, creo, está en las mismas. Lleva una chaqueta café clara que tiene muchos bolsillos —parece de pescador—, y pelo, algo largo, peinado completamente hacia atrás, y que cubre su cabeza como si fuera un casco.
Me acerco a él y comenzamos a conversar. Se llama David y trabaja como redactor para un portal web de noticias. Estudio economía, pero sólo lo hizo para complacer a sus papás. Le pregunto que cómo consiguió su trabajo y me cuenta que hace unos años fue seleccionado para participar en uno de los talleres de escritura creativa del distrito, que fue ahí dónde se convenció que lo suyo era escribir.
Cuando lo terminó, un amigo le contó que estaban recibiendo hojas de vida para trabajar en el portal de noticias y David envió la suya junto con una crónica. No tardó mucho tiempo en ser aceptado y comenzar a trabajar, y por eso está en la rueda de prensa; se la pasa cazando historias, eventos o acontecimientos sobre los que pueda escribir textos de más o menos 1000 palabras.
Luego hablamos de libros, de autores que apreciamos, libros que hemos leído o que vamos a leer. Me cuenta que acaba de terminar 4321 de Paul Auster y, con emoción en su voz, me dice que es asombroso. Le pregunto si es mejor que la Trilogía de Nueva York, y me dice que sí, aunque no especifica si leyó esa obra.
También me cuenta que ha escrito dos novelas, que una está de finalista en un concurso y que está mirando qué hace con la otra. ¿Qué cómo empezó? Antes de embarcarse en esa titánica tarea de escribir una novela, decidió estudiar música, aprender como funciona una pieza, pues, según él, un texto, no importa su longitud, tiene una estructura similar a la de una melodía.
La jefe de prensa interrumpe nuestra conversación y le dice a David y a mí que ya podemos disponer tres minutos con el músico. Se supone que cada periodista tenía cinco minutos para hablar con él, pero los grandes medios, sólo porque sí, por ser ellos, se tomaron más de quince y jodieron al resto.
“No hay problema, sólo quiero saludarlo y que me firme el libro”, dice David
“Perfecto”, le responde la mujer
Cuando se va le digo “Pero ya tiene suficiente para escribir, ¿no?”
“Si”, me responde rápido, pues no quiere perder ni medio segundo del tiempo que le concedieron.
“Oiga”, me dice, “Se me descargó el celular. ¿Me puede tomar una foto con el suyo y luego me la manda?
Por fin es nuestro turno, entramos y el músico nos saluda. David intenta decirle en un inglés desajustado, todo lo que lo admira. Le pasa el libro y el hombre lo firma, sólo un decir, pues hace un garabato con el esfero, y es imposible precisar si contiene, al menos, sus iniciales.
David posa para la foto con el músico, ambos sonríen y el último le pasa un brazo por encima. Se las tomo; luego todos estrechamos las manos y nos despedimos.
“Writing a passage ten or fifteen times, going over and over and over,
fixing the senses, trying to hear the ryhtm, until it looks like a
piece of music, efortless, smooth”
— Paul Auster —
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