No recuerdo cuando comencé con esa manía de marcar las frases, aparentemente sueltas, que me llaman la atención, si no estoy mal fue desde aquella vez que leí las Cartas a J.R.R. Tolkien, un libro que solo me costó $10.000, pues lo habían etiquetado mal.
Cada vez que leía una frase que resaltaba entre las demás, le ponía un punto al lado y anotaba el número de la página. Luego, cuando terminé el libro, las transcribí todas en un documento y me pregunté: “¿por qué no hacer esto con cada uno de los libros que leo?”
A veces las frases que punteo son figuras narrativas bellísimas, otras veces son pequeños fragmentos de diálogo o una descripción precisa, pero en la mayoría de ocasiones tienen algo que ver conmigo, o eso creo; cuentan algo que hace referencia a mi vida de forma implícita o explícita: lo que vivo, he vivido y, por qué no, lo que voy a vivir.
Me imagino que esas frases sueltas que captan mi atención camuflan la respuesta de interrogantes que se ha planteado la raza humana desde sus inicios. Muchas veces creo saber a que hacen referencia y otras veces no lo tengo claro, pero algo me dice que son importantes y por eso, quizás a pesar de estar a años luz de entenderlas en su totalidad, las marco.
Muchas veces cuando me encuentro con una muy buena, la leo y releo antes de continuar con la lectura, pues parece que en ellas se encuentra el sentido mismo de la vida o una de esas verdades indisolubles, que no se muy bien que signifique eso, pero me gusta esa palabra y apareció en mi mente justo en este momento.
Es bueno vivir rodeado de frases sueltas.
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