miércoles, 11 de abril de 2018

Libros sin dueño

Alguna vez leí, no recuerdo si en una novela o un artículo, sobre un libro usado que pasaba de persona en persona, y quien lo recibía tenía como condición no romper la tradición,   y entregárselo a otro lector al terminarlo, no sin antes dejar constancia, en una de las páginas del libro destinada a eso, en qué lugar geográfico (país, ciudad, provincia, etc.) había sido leído; así la nueva persona que lo recibía, adicional a la lectura, se sentía a la vez parte de un viaje, promotor de una aventura, y se creaba, de alguna manera, un lazo fraternal entre los lectores del libro. 

El año pasado, el 24 de diciembre, compré el libro de las Notas de prensa de Gabriel García Márquez en un mercado callejero, y las páginas del libro, que alguna vez fueron blancas, ya comienzan a tomar un color amarillento, y parece que dentro de poco se va a descuadernar.

¿Quién lo leyó?, ¿quién lo vendió o donó?, ¿por cuántas manos pasó antes de llegar a las mías?, me pregunto. Reviso el libro con la esperanza de encontrar una nota de alguno de sus anteriores dueños, pero no hay nada, solo tiene una anotación a lápiz en la primera página, y es el precio que, supongo, anotó el librero callejero. 

¿Por qué no pasar los libros a alguien, una vez los terminamos de leer? Como a todos los que les gusta leer, comparto ese placer casi enfermizo de atesorar libros, pero no lo entiendo;  supongo que está ligado a esa compulsión enfermiza por comprarlos, aun cuando tenemos varios en cola pendientes por leer.

Sería una especie de trueque eterno, de uno de los objetos más fascinantes que ha creado la raza humana.

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