Hoy ojeé una revista en una peluquería. Uno de los artículos traía la foto de una casa de campo cerca de La Toscana. Era una foto panorámica, en un día soleado, que dejaba ver la inmensidad de una casa con paredes blancas, rodeada de jardines muy verdes, árboles frondosos, y en uno de sus recovecos se veía una piscina cristalina.
El artículo hablaba sobre una mujer, una empresaria decía, que era la dueña y/o heredera del lugar. No queda claro si la mujer tenía una empresa o recibía el título porque había remodelado el lugar y ahora alquila parte de la casa, 14 habitaciones, para que las personas se queden allá. La mujer contaba que también tenían un lugar privado en el que ellos, refiriéndose a su familia, se quedaban, pero a veces, cuando no estaban ahí, también rentaban ese espacio.
Mientras leía la nota pensaba que cuando me gane ese baloto, que no compro, o cuando fallezca ese familiar millonario que aún no conozco, y que espero, por alguna razón, me incluya en su testamento, programaré unas vacaciones a ese lugar.
Otra de las preguntas tenía que ver con sus hijos, que si disfrutaban pasar tiempo allá, ¿Acaso quién no?. La respuesta fue más que obvia, que si claro, que les encantaba visitar la casa y que mucho más ahora, que ya dominan bien el italiano y pueden hablar con los lugareños. “¿Y cuáles son los planes que más les gusta hacer? La mujer, la empresaria, la dueña de esa berraca casa, que envidia, dijo que les gustaba caminar y montar a caballo en los alrededores y también ir a una pizzeria que queda dentro del bosque, o también ir a comer helado o gelato.
En ese punto el artículo me perdió, pues me quede pensando en cómo será esa pizzeria. Creo que lo del bosque le da cierto toque fantástico.
Pizza, vino y helado, ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Sé que muchas cosas, pues nunca estamos satisfechos, pero podemos empezar por esas, más una temporada de vacaciones en La Toscana.
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