Ese es el título de un libro de Jiddu Krishnamurti, un filósofo y líder espiritual de de la India. El libro está compuesto por pequeñas anotaciones diarias a lo largo de un año sobre, resulta casi obvio pensarlo, la vida o lo que creemos que es eso.
El autor me lo recomendó una amiga que está muy metida en el cuento del Yoga, y me dijo que es chévere leerlo, por la forma en que Krishnamurti aborda los temas y la manera en que cuestiona todo; así que busqué por Internet y conseguí un par de libros y artículos, pero decidí leer ese por, digamos, lo pretencioso que resulta el título.
No es un tipo de lectura que frecuento, pero decidí darle una oportunidad, y comencé a leerlo de chorro, de corrido, como si fuera una novela con un principio y un fin, pero en un momento dejé de hacerlo de esa manera y ahora voy a él de vez en cuando; lo leo en pequeños sorbos.
Ayer le di uno de ellos. La entrada era de finales de febrero, día en el que Krishnamurti escribió sobre las ganas que siempre tenemos de convertirnos en algo, de querer ser algo más o diferente, y dice que eso nos genera malestar, que no es bueno cargar con anhelos desesperados, pero que lo opuesto es igual de malo.
A ver si me explico. Supongamos que uno siente codicia, y desea no sentirse de esa manera, entonces lo más lógico sería pensar: “no quiero ser codicioso”, pero el simple hecho de pensar eso, otra vez implica que estamos anhelando algo; entonces es como un círculo vicioso del que nunca salimos.
Krishnamurti habla entonces de que lo mejor es simplemente estar atento, lo que refuerza mi teoría de que uno debería ser como una hoja muerta, que van de aquí para allá, sin ponerle tanto complique a su existencia.
El libro de Krishnamurti tal vez también podría llamarse libro de las preguntas, porque a la larga la vida es eso, ¿no?, más preguntas que certezas.
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