No escribía nada desde el lunes, bueno, es un decir, escribí un libreto para una presentación que di ayer. En resumidas cuentas no escribí acá, donde tanto me gusta hacerlo, ni trabajé en alguno de los cuentos que tengo por ahí empezados.
Algo debe ocurrir; algo debe desajustarse en el mundo cuando uno deja de hacer lo que le gusta, pero como vivimos tan ocupados con el día a día, como el ritmo de vida no da tregua, no nos damos cuenta de qué es lo que cambia.
De pronto es en uno de esos descuidos en los que nuestro destino se despiporra, fascinante palabra esta, y toma el camino menos adecuado, el que nos va a generar más vicisitudes, pero ¿yo qué sé?
Puede que ese cataclismo personal no tenga nada que ver con el futuro; concepto complejo este, así que digamos más bien “con el devenir de los sucesos” que es la misma vaina, pero suena, si acaso, más cálido, que la sensación helada que produce la palabra futuro.
Encarrilándome de nuevo un poco y como les venía diciendo, puede que esos cambios imperceptibles ocurran dentro de nosotros, a un nivel celular o, peor aún, psicológico, y digo peor pues a nadie le deseo caer en los abismos de la mente.
Algo, algo ocurre estimado lector, y ojalá pudiera decirle o darle indicios de qué es, pero yo, al igual que ustedes improviso, tratando de contener esto que llamamos vida, y que tan fácil se nos sale de control.
Estas pocas palabras le pusieron algo de orden al mundo, por lo menos al mío, a mí cabeza, a mi ansiedad. De una u otra forma, creo, reparcharon baches emocionales a los que no había prestado atención.
Escribir, escribir para tapar esos huecos del no escribir, para darle algo de sentido o, mejor, entender y aceptar el caos propio y el del mundo.
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