lunes, 5 de noviembre de 2018

Pasos en la madrugada

Salimos del sitio en la madrugada y caminamos por un tiempo. Varios tratan de que Jay, un mexicano, no se tropiece con las personas que ocupan las acera, ni que se entretenga conversando con alguna mujer que no conocemos. No hay rastro de Miguel, su wingman, otro mexicano. 

Me alejo de mi esquina; quiero decir que me alejo de la esquina desde la cual siempre pido transporte cuando me encuentro en ese sector. Nos detenemos y estoy algo desorientado. Pienso que me excedí, y que más tarde me va a doler la cabeza. 

De repente ya todos saben para donde se dirigen, con quién y cómo se van a ir, mientras a mí, se me confunde el sur con el norte, las calles con las carreras. A mi lado está Andrea, una mujer que solo conozco desde hace un par de horas y que luce angustiada. Como nos dirigimos hacia el mismo lado, le digo que si quiere yo me voy con ella. Al resto de personas les parece bien mi propuesta y, ahora sí, se dispersan. 

Andrea me pregunta que si vamos a coger el carro juntos. “¿Pero primero vamos a pasar por tu casa?”. “Sí, ponemos dos direcciones, primero la mía y luego la tuya”. Parece no gustarle mi propuesta y se estresa. “¿Ahora qué hago?”, pregunta al aire, mientras yo cancelo un carro que reserva la carrera, pero que está muy lejos. 

Le digo que no, que tranquila, y la invito a que caminemos a la esquina. Andrea hace un puchero y me dice que no, que no quiere caminar más, y me da a entender que tiene un cansancio similar al de haber corrido una maratón. “¿Qué le pasa a esta cosa?”, pregunta ahora refiriéndose a su celular al que, al parecer, no le funciona el gps, pues no la deja escribir la dirección completa. Le digo que me deje intentarlo. Con el celular en mis manos,  pero mi gps interno fallando,un modelo que no conozco, no encuentro la tecla #, hasta que por fin lo logro, pero es verdad, la aplicación no deja poner la dirección completa. 

“Ay! Mira, ahí salieron ellos”- me dice, refiriéndose a una segunda tanda del grupo de personas con las que estábamos, que, de repente,aparece cerca de nosotros. “Yo mejor me voy con ellos. Le dijo que bueno, que lo siento por no haberle podido ayudarla a llegar a su destino, y me dice que tranquilo, que no hay problema. Se ve un poco más calmada. 

comienzo a caminar hacia mí esquina, y luego de unos pasos por fin me ubico. Ahora pienso en “El Sereno”, ese enemigo invisible, que nos acecha en las madrugadas. 

Por fin llego a la esquina de siempre, mí esquina, y me siento en un murito. Pido el carro y está a 8 minutos. Guardo el celular en el bolsillo y me dedicó a ver las personas que caminan a esa hora, un par de ellos van disfrazados, veo a una chilindrina y a una diabla. De repente un hombre con una guitarra se para enfrente mío y comienza a tocar una canción. Evito el contacto visual porque no tengo dinero para darle, pero el hombre no se mueve y sigue tocando: “Es ligero equipaje para tan largo viaje, las penas pesan en el corazón…”, típica canción de un Guitarrita

Otro hombre, que viene caminando de norte a sur por la misma acera en la que se encuentra este concertista de madrugada, lo empuja. No sabemos si no le gustan los “guitarritas”, la canción o qué es lo que le ocurre. El empujón hace que el hombre termine su canción antes de tiempo. “¿Qué le pasa a la gente?”, alega. Tiene razón, “¿Qué nos pasa?”, me pregunto. Por fin lo miro, le levanto un pulgar, y me pide una moneda; hago un gesto indicándole que no tengo, sonríe y sigue su camino. Luego un grupo compuesto por dos hombres y una mujer pasan por el lugar. Discuten lo bien que la pasaron. Uno de ellos lleva una botella de Tres Esquinas, en sus manos, y los otros dos vasos plásticos. 

El carro por fin llega.

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