En la mañana, cuando voy a salir del edificio, la puerta la abre un celador nuevo y joven. Le pregunto su nombre y me da también su apellido; solo se me graba el primero, Virgilio, que considero sonoro.
También le pregunto que si lleva mucho trabajando en el edificio; me dice que no, que solo está haciendo un remplazo.
“¿De quién, Christian?”, le pregunto. Me dice que no, mientras intenta recordar el nombre del celador al que está remplazando. No lo logra y busca un papel que tiene a la mano. “Héctor”, responde. “Y eso, ¿está de vacaciones?”, pregunto.
De inmediato visualizo la cara de Héctor. ¿Qué sé acerca de él?, la verdad muy poco, por no decir nada, pero es un hombre de sonrisa eterna, una de esas personas que dan buena espina.
Es hincha del deportivo Tolima, y de las pocas conversaciones que sostuve con él, la mayoría trataban sobre su equipo, en preguntarle cómo iba, qué tal le había parecido el partido del fin de semana. Sus respuestas siempre llevaban sonrisas y risas atravesadas; es un un tipo muy alegre, de esos que le ve el lado bueno a todas las cosas .
“No—responde Virgilio cortando mi chorro imaginativo—, tuvo un accidente en la moto. Esta en la UCI”. Le pregunto qué le pasó.
El lunes pasado, al finalizar la tarde, mientras varios, supongo, nos alistábamos para la celebración de la navidad con nuestras familias, Héctor se reunió en la portería del edificio, con el resto de los celadores y trabajadores, para la repartición de los regalos.
Tiempo después se subió a su moto, y cuando bajaba por una calle dos carros lo cerraron. Héctor intentó maniobrar para no chocarlos, con tan mala suerte que logro esquivarlos, pero un furgón lo atropello.
Ojalá se recupere pronto. Quiero saber un poco más de su vida, averiguar por qué siempre está de buenas pulgas, y preguntarle de nuevo sobre el Tolima, su equipo del alma.
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