“¿Qué quieres?”, pregunta un hombre que camina de forma despectiva con los pulgares dentro del pantalón, y con las puntas de sus botas marcando las 10 y 10.
Su acompañante, una mujer rubia con los labios pintados de un rojo intenso, y que lleva un pantalón oscuro muy forrado al cuerpo, que termina en unos tacones de más de 10 cm, que resuenan contra las baldosas con cada paso que da, le pregunta al tendero: “¿Tienes late?”.
Una mesa con cinco mujeres y un hombre voltean a mirarlos por unos segundos, pero pierden rápido su interés por la pareja que acaba de llegar al lugar y vuelven a su cuchicheo.
“Tenemos perico, café, milo, chocola…”, responde el tendero, y antes de que termine la frase la mujer lo interrumpe y dice con entusiasmo: “¡eso! ¡eso! dame un milo.”
La mujer escoge en qué mesa se van a sentar, y el hombre, que aún no ha decidido que va a pedir y ya con las manos fuera del cinturón, pregunta hablando muy fuerte:
“¿Y estas aguas de qué son?”.
“Aloe Vera”, responde el tendero.
“¿A cómo son?”.
“a $1600 y $1300”
“Dame una de $1600 dice el hombre fuerte, como para que todas las personas se enteren de sus saludables hábitos alimenticios.”
Apenas se sientan comienzan a hablar de inversiones en finca raíz. “Si la vendo en 230 millones, me estoy ganando 40 millones”, dice el hombre, y en medio de las inversiones que relata cuenta una anécdota tras otra, y ríe fuerte de sus propios comentarios.
La mujer, la amante del Late pero que tuvo que decantarse por un milo, ríe, pero es una risa nerviosa, una risa tipo: Noséquémierdashagoacá.
El hombre termina una historia y se queda callado. La mujer comienza a hablar y le da consejos de qué es lo que debe hacer y de qué forma debe manejar sus importantes inversiones.
El hombre le da las gracias y le acaricia una mejilla con la mano derecha.
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