No sé cuánto tiempo me queda para escribir esta entrada. ¿5,10, 15 minutos?, ¿por qué pienso de cinco en cinco y no digo 13,4, por ejemplo? Lo hago, me refiero a escribir, mientras espero a un amigo para irnos juntos a una reunión. A veces fantaseo con el tema, es decir, en pensar que lo que estoy escribiendo es lo último que voy a escribir en toda mi vida, porque la muerte está a punto de visitarme.
Hace mucho pensaba con frecuencia, sin llegar a obsesionarme, en el tema. En una temporada que me aficioné a jugar buscaminas, apenas comenzaba el juego imaginaba que me encontraba secuestrado con mi familia y que uno de los secuestradores me ponía una pistola en la cabeza y me obligaba a jugar ese juego. Tenía que ser el mejor juego de toda mi vida, pues equivocarme y explotar una mina, significaba la muerte de mi familia. La verdad fueron más las veces en que mi familia murió que las que la pude salvar, en fin.
Ponerse tiempo para escribir funciona, algo hace, como que obliga a que uno haga conexiones forzadas, y a apostarle a la intuición y al instinto, creo yo.
Hace un tiempo, una amiga escribió un cuento que título 4 horas, solo porque ese era el tiempo que tenía para escribir. Al final lo que surgió de esa restricción, fue un cuento muy chévere de un hombre que sabía que le quedaban cuatro horas para morir, porque había visitado a un brujo para que le leyera el futuro y este predijo el momento exacto de su muerte.
El cuento, en el que el protagonista escribía una carta si no estoy mal, acaba en medio de una frase sin terminar pues al hombre se desplomaba encima del escritorio. Puede que la idea de morir escribiendo suene algo romántica si a uno le gusta escribir, pero yo la verdad prefiero que la parca no me visite cuando lo esté haciendo, bueno, de hecho no quiero que me visite nunca, eso creo, pero dudo ser inmortal.
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