Si no estoy mal en mi familia nunca hemos tenido la costumbre de llevar un registro en video de las reuniones que hacemos. Supongo que en la época de nuestros padres, las cámaras pequeñas eran un lujo costoso, pero luego, con la aparición de las Handy cams tampoco lo hicimos, de pronto seguían siendo caras, no lo sé.
Creo que una prima si tuvo una y grabó los primeros pasos de uno de sus hijos, y algún otro evento que consideró importante, pero hasta ahí le llego el impulso, o eso creo. Quizá ha documentado su vida en video, de forma compulsiva, en secreto; insisto que, como personas, solo vemos y mostramos un mínimo de lo que realmente somos.
Hablo acerca de las grabaciones porque hoy vi el documental Smiling Lombana, y en él se utilizaron muchas grabaciones viejas del artista: caminando por ahí, con su esposa, con sus hijas en la playa, etc. Es probable que existan personas que tienen claro que su trabajo o lo que sea que hagan va a trascender de alguna manera y por eso no pierden oportunidad de fimarse en cualquier lado, por si en el futuro alguien quiere escarbar sus vidas.
Grabarnos es algo que ahora hacemos fácil con nuestros celulares, pero ¿qué con esos años en los que no existían?, ¿dónde quedó el registro de esos eventos trascendentales para cada uno, esos momentos donde experimentamos puntos de giro en nuestras vidas debido a grandes felicidades o profundas tristezas?
De pronto, y sin ánimo de ofender a los amantes del video, la escritura tiene una pequeña ventaja en cuanto a eso, porque sin importar quiénes seamos o cuales sean nuestros recursos, siempre podremos narrarnos, contarnos, escribir lo que nos ocurrió, sin depender de ayudas visuales.
Hablando de más, quiero decirles que me encantó el guión del documental, tiene unas frases, a mi parecer, muy bien hechas.
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