Busco una hebra mental de la cuál pueda prenderme, la que sea. Quiero encontrarla y comenzar a tirar de ella hasta ese punto en el que queda atascada, y luego dejarla ahí, colgando, pues espera uno envejecer sin perder la memoria. Así, deshilachando la mente, supongo que se escribe a veces, si no siempre.
Apenas encuentre esa fisura, ese desperfecto de la bóveda craneal por el que se escapan las hebras mentales, no voy a soltar la que me encuentre, y a medida que escurra mis dedos sobre ella, la voy a ir contando.
Ojalá me encuentre con un recuerdo, porque son muy parecidos a las historias. Están desprovistos de opinión y/o puntos de vista personales, que tanto daño le hacen a una narración, y lo mejor de que ya hayan pasado, es que se pueden contar como si fuera la escena de una película que vimos.
Existen algunos de más fácil acceso que otros, porque nos gustan mucho y siempre están a la mano, pero ¿cuántas pequeñas escenas, imágenes, que llevamos con nosotros, ya hemos olvidado?
Llevo un tiempo tocándome la cabeza, pero en ocasiones como esta, todas las vestimentas que llevan los recuerdos están en buen estado.
Creo tener una hebra mental, y aunque es corta, aleatoria, me agrada. Involucra a Mayra o Marcia, ya no recuerdo su nombre, se me mezclan las caras y épocas, una mujer con la que trabajé una vez, bueno, eso es solo un decir, pues estábamos en el mismo piso, pero nuestros trabajos no tenían nada que ver. Era un lugar con muchos cubículos, y rara vez intercambié una palabra, diferente al saludo, con ella.
Todos, me refiero a los hombres y, por qué no, alguna que otra mujer, supongo, vivíamos pendiente de ella. Era muy bonita, tenía buen cuerpo, pelo negro largo, nariz respingada, etc. pero aparte de su físico, lo que más me gustaba era lo tierna que era, aparentaba ser o que a mí me parecía, pues vaya uno a saber como son realmente las personas, me refiero a su esencia, lo que los sostiene y por lo que realmente viven, pero así, como una mujer tierna, fue como la guardé en mi memoria.
Una vez la vi rayando unas hojas. A su lado tenía un tarro lleno de esferos y cada vez que terminaba de rayar una hoja con uno, le quitaba la tapa a otro y volvía a rayar como con rabia.
Le conté a una amiga que siempre me molestaba con ella, acerca de la peculiar actividad de M, y me contó que su jefe era la que la ponía a hacer eso, para que le dijera cuáles esferos funcionaban y cuáles no.
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