Juliette era bajita, rolliza y tenía el pelo rubio y los ojos claros. La conocí en una clase de alemán y era una buena estudiante del idioma; me parecía que muchas veces cogía rápido los temas: las explicaciones sobre el dativo, el acusativo y el genitivo; los pronombres, la conjugación de los verbos, las declinaciones, que tanto cuesta cogerles el tiro, etc.
Muy pocas veces hablé con ella, pero recuerdo una conversación que tuvimos en la que me contó que su abuela le enseñó a hablar francés y que la influencia de ese idioma en su familia algo tuvo que ver con la selección de su nombre.
Era una persona alegre, siempre estaba riendo, y en clase soltaba unas carcajadas refrescantes. Cuando eso pasaba, algunas veces la profesora, para aminorar el estruendo. le decía: Juliette kannst du bitte vorlesen (Puedes por favor leer en voz alta). Ella comenzaba a hacerlo con restos de carcajada en su voz.
Siempre andaba con Felipe, que estudiaba física y quien tenía dificultades para pronunciar algunas palabras como: neun y Schreiben. Los rumores decían que a él le gustaba ella, pero nunca lo vi en plan conquista, pero imagino que una cosa era la forma en que se trataban en clase, y otra, si los rumores eran ciertos, lo que hacían fuera de ella.
Hoy, ordenando unos papeles, me encontré con un cuaderno de Juliette. Alguna vez se lo pedí prestado para sacarle copia y no sé por qué nunca se lo devolví. Era impresionante la forma en que tomaba apuntes, con miles de colores y una letra redonda y pulcra. Para mi es un misterio cómo lo hacía, pues yo, tratando de entender lo que el profesor decía y los ejemplos que daba, copiaba de afán a un solo color, negro, y luego, cuando revisaba lo que había escrito, siempre sentía que me había hecho falta copiar lo esencial, la clave del tema que estábamos viendo, así que no sé como hacía ella para escribir tan tranquilamente, como si le estuvieran dictando las cosas muy despacio.
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