Una mujer publica un fragmento de un poema en Instagram. En medio de lo cursi y autoayuda que pueda ser, me gusta. Sé muy poco de poesía, es decir, he leído muy poca en toda mi vida, algo que espero mejorar este año.
Busco el libro al que pertenece el poema en Internet y comienzo a leer diferentes comentarios de las personas que lo han leído. El poemario cuenta con varias opiniones; que tóxicas que son algunas, en general que tóxicas suelen ser las opiniones del tema que sea.
Una mujer, una tal Daniela, cuenta que lo abandonó después de leer 50 páginas sin haber subrayado ni un solo poema, algo raro en ella, pues afirma ser alguien a quien le gusta subrayar mucho, en especial los libros de poemas; al final cataloga el libro como una obra deslucida.
Un hombre llamado Sebastian, dice que es de la peor poesía que ha leído; para nada memorable sino tremendamente mediocre, y cree que le falta sustancia, lo que sea que eso signifique, y concluye que no entiende como pudo haber sido publicado.
A Sheila le parece que es una obra mediocre y embarazosa, con estructuras obsoletas y atroces estilísticamente hablando, y que lo único que encuentra positivo es haberlo leído en digital, sino se habría sentido mal por los árboles que se convirtieron en las hojas del libro.
Qué fácil nos transformamos en poetas con rabia; como nos convertimos, de un momento a otro, en una metralleta de comentarios negativos, pero bueno, ¿qué se yo? De pronto esos lectores son unos expertos en poesía y por eso hablan con tal propiedad.
En mi caso prefiero no decir nada acerca de los libros que leo, si acaso compartir pasajes que me llaman la atención por diversas razones.
Virgnia Woolf plantea una postura muy chévere en cuanto al tema de las opiniones, en su novela “Las olas”, quizá todos deberíamos hacerle algo de caso:
I am like a log slipping smoothly over some waterfall. I am not a judge.
I am not called upon to give my opinion."
- The waves -
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