Hoy leí “¿Qué libro estás leyendo?”, una nota de prensa de García Márquez de Julio de 1983, que habla sobre el hábito de la lectura. Para cerrar el texto el escritor colombiano dice lo siguiente:
“los últimos libreros bien orientados y buenos orientadores se murieron
hace rato, y las librerías son cada vez menos lugares de tertulias
vespertinas. Uno tenía su librero personal, como tenía su médico de
familia y su cepillo de dientes”.
Se me ocurre que esos libreros ya no existen porque pocos son los que quedan que atienden su propio negocio, como Mauricio Lleras de la librería Prólogo, por ejemplo. La mayoría de los que existen actualmente son empleados del dueño de la librería. Esas personas, imagino, han leído y saben mucho sobre libros, pero varias veces he sentido que son personajes que miran por encima del hombro a esos simples mortales que visitamos las librerías y que no somos tan eruditos como ellos creen serlo.
Sin embargo muchas veces me he acercado a ellos, pero no me ha ido bien con sus recomendaciones. No los culpo del todo, pues recomendar un libro, y dar con él en la vena del gusto de la persona que pide la recomendación es muy complicado, solo por el simple hecho de que un libro le puede fascinar a una persona y a otra no.
Hace mucho tiempo un librero me recomendó On the road de Kerouac, uno de esos llamados “clásicos de la literatura”. Compré emocionado el libro, pero no me gustó, y traté de que así fuera, pero casi lo abandono y me costó mucho trabajo terminarlo.
Otro libro que también me recomendaron en una ocasión fue “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura. La historia no me pareció mala, pero siento qué es un libro muy largo al que le sobran de 200 a 300 páginas.
Esto es solo una opinión, e imagino que existirán personas a las que les encantan los libros que mencioné. Tal vez el momento en el que llegaron a mi vida no fue el indicado, y si los leo de nuevo tal vez me sorprendan, pero eso no va a ocurrir, porque no me gusta releer libros.
García Márquez también habla sobre eso en su artículo:
“El gran peligro de la relectura es la desilusión. Autores que nos deslumbraron
en su momento podrían— y casi siempre pueden— resultar insoportables.”
Puede que la relectura funcione al revés si el libro no nos gusto la primera vez que lo leímos.
Yo a veces recomiendo los libros que me gustan. Una vez en Wilborada cuando me acerqué a la caja, estaba un viejito calvo y muy elegante, que llevaba un traje azul a rayas, corbata y un bastón, preguntando por una novela que tratara sobre la guerra en Yugoslavia en los 90. El librero no sabía cuál recomendarle, y yo me metí en la conversación y le mencioné “El chelista de Sarajevo”, una novela que me encontré por casualidad, después de conocer la historia de Vedran Smailović, quien durante 22 días, y para honrar a las 22 personas fallecidas que fueron alcanzadas por un misil mientras hacían fila para comprar pan; tocó el tristísimo Adagio de Albinoni bajo el acecho de los francotiradores.
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