lunes, 18 de marzo de 2019

Tortas

Estoy en un café que queda en el primer piso de un edificio de consultorios médicos, y cada vez que las puertas que dan a la calle, que se activan con un sensor de movimiento, se abren y cierran, entra una corriente de viento frio como del más allá, como si la muerte viniera con ella. 

Hago el pedido y me ubico en una mesa que un señor acaba de abandonar. Dudo en sentarme porque no sé si va a volver, pues dejó una gaseosa oscura a medio terminar acompañada por los restos de un muffin, al parecer de agraz. Me cuesta entender a esas personas que no recogen los restos de lo que hayan consumido apenas terminan. 

Como el sitio está lleno me siento en la mesa pero como dando a entender que acabo de llegar y que la basura no es mía, actitud que no tengo modo de saber si es convincente o no. Al rato me llaman pues mi pedido: un capuchino y una galleta ya está listo. Después de tomarlo veo que hay otra mesa desocupada y me siento en ella, esperando a ver si alguien me protesta por el reguero que, se podría suponer, dejé en la otra. Nadie dice nada, menos mal porque me habría dado pereza defender mi reputación de, digamos, “consumidor responsable de restaurante”. 

Espero a alguien, y para matar el tiempo, me pongo a leer. Minutos después llegan tres señoras, una más joven que las otras dos, así que, imagino que son hija, mamá y tía. 

Como el lugar está lleno y estoy solo en la mesa, la hija me dice que si pueden utilizar los asientos disponibles. Le respondo que no hay problema alguno y la mamá y la tía se sientan, mientras la hija compra las bebidas y lo que van a comer. 

Las 2 dos mujeres que están en la mesa hablan sobre lo necesario que es respetar los horarios de comida en el día, bueno, una habla y la otra, más bien, escucha. La primera dice que es súper importante tomar onces entre las comidas importantes del día, pero la segunda hace un gesto escéptico y responde que ella a veces ni come, pues no le da hambre. “No, pero eso está mal, uno debe comer mínimo cinco veces al día”, le responde su interlocutora. 

EN medio de su conversación, la hija llega a la mesa con una bandeja en la que lleva tres cafés y dos tortas, como reforzando lo que había acabado de decir su madre o su tía; no se sabe bien quién es quién. 

Las tres toman tenedores y comienzan a picar trozos de torta, una tiene bocadillo y la otra es de naranja, según lo determina una de las mujeres: “Está es como de naranja con canela, ¿no le sienten el sabor?”.

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