Un hombre hace una pregunta acerca de storytelling. Dice que muchas veces utiliza las historias que cuenta a manera de terapia personal, pero que se ha dado cuenta de que, en varias ocasiones, la audiencia a la que le cuenta las historias se ve muy afectada por sus relatos. Al final pide consejos y pregunta si debe revaluar su manera de contar historias, o bien, su relación con el storytelling.
Muchas personas le dan su opinión al respecto. La mayoría de los comentarios sugieren que uno de los aspectos más importantes al momento de contar una historia, no es quien la cuenta, con sus asuntos emocionales no resueltos, sino la audiencia hacia la que va dirigida, que la historia es para ellos y no para uno.
Las opiniones van y vienen hasta que una mujer de forma grosera, con esa asquerosa superioridad moral que nos caracteriza, pues todos la tenemos en o mayor o menor grado, le dice que eso que él hace no es contar historias, sino puras masturbaciones mentales; que si tantas ganas tiene de terapia, pues que se consiga una terapeuta.
Estoy aburrido de nuestra superioridad moral, de creer que estamos sentados en la verdad y de que nos las sabemos todas, algo que las redes sociales han potencializado a más no poder. Lo peor es que hay veces que siento que no tengo idea de nada, cuando me encuentro con esas posturas, supuestamente cargadas de verdad.
Deberíamos procurar ser nada ni nadie; ir por la vida sin indignarnos por lo que las personas dicen o no dicen, piensan o no piensan, hacen o no hacen. deberíamos intentar ser como un árbol al lado del camino, o una mota de polvo que se mece al vaivén del viento, en definitiva, ser sin tanta alharaca.
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