Estábamos en séptimo de bachillerato, y al colegio llegó un nuevo profesor de arte, era un hombre que siempre se llevaba prendas de color oscuro, y una bufanda enroscada en el cuello. A veces, en los recreos, yo lo veía fumando solo y mirando hacia el horizonte, como embelesado en sus pensamientos, artísticos supongo. También tenía una voz grave o hablaba así de aposta, quizá esa voz oscura era necesaria para completar su look enigmático.
Yo y un amigo tomamos su electiva, no porque en ese momento nos interesara el arte, sino porque pensamos que íbamos a tener poco trabajo en su asignatura. Era, si no estoy mal, una mezcla de todo: escultura, dibujo, pintura, teatro, en fin, cualquier expresión artística posible, y uno seleccionaba la que más le gustara.
Yo, como siempre, escogí dibujo. Hacía un par de años la había tomado con un profesor que me enseñó a pintar con carboncillo y aseguraba que mi trazo era muy bueno. “Usted tiene muy buen trazo”, decía cada vez que miraba lo que yo estaba pintando. Yo no sabía muy bien qué significaba eso, pero suponía que tenía que ver con que no lo hacía mal. Ese profesor, a diferencia del nuevo, siempre llevaba puesta una bata de médico.
Al final del año, el profesor nuevo anunció que, como proyecto final, íbamos a hacer un hapenning. Que palabra tan sonora esa, y cuanta anticipación y expectativa crea pues definitivamente anuncia que algo va a ocurrir.
Yo y mi amigo nos emocionamos; nunca habíamos escuchado el término y nos parecía algo novedoso. El lugar seleccionado para la improvisación artística fue un salón amplio del segundo piso.
El profesor nunca dijo de qué iba a tratar el proyecto final, sino que varias veces nos reunimos en el salón, sin tener idea de qué hacer. Al final convertimos el lugar como en un laberinto de sabanas y mantas colgadas del techo y cintas de cassette que iban de un lado a otro. Todo era, más bien, un relajo que carecía de significado, hecho a propósito. Así que esto es un Happening, pensé cuando terminamos de hacer el desorden.
Por fin llegó el día en que habilitamos la entrada al resto de estudiantes que, imagino, se pasearon por el lugar, sin tener idea qué habíamos hecho y qué hacían ellos en ese lugar, en ese happening con pinta de nothingness.
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