jueves, 30 de mayo de 2019

Guion, escribir, flow y los noventa

Edito un guión, no tengo idea quién lo escribió, cuyo primer párrafo es un ladrillazo completo: pesado, falto de ritmo, zonzo, etc. Me acompaña un pocillo de café al que le doy sorbos cada nada, mientras intento desenredar el genero y el número de algunos sustantivos que me están mamando gallo hasta que, creo, lo consigo. 


Antes de saltar al siguiente párrafo, conecto los audífonos al computador, y busco una lista: Lo mejor del rock alternativo de los noventa. Salto de nuevo al documento sin saber qué canción va a sonar, y cuando lo comienzo a leer de nuevo, suena Selling The Drama de Live. Me gusta mucho esa canción y le subo al volumen. Sé que escuchar música tan duro es malo para mis oídos, pero descarto el pensamiento rápido. 




A medida que las canciones suenan, me fundo en el escrito; comienzo a descifrarlo, a entender  sus patrones de ritmo. Mientras estoy en esas suena una versión de No Rain en vivo, en la que Shannon Hoon tiene la voz perfecta. 

Hoon, que murió a los 28 años; casi hace parte del ese club de músicos murieron a los 27 : Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Amy Winehouse, entre otros. 

Esa edad, ese número, me parece extraño. A diferencia de los 30 me parece que es el verdadero punto de quiebre, es decir, el momento en que uno se convierte en adulto, si tal cosa de la adultez existe. De pronto esas personas eran más susceptibles, emocionalmente, a esa cifra,  y por eso no la aguantaron, qué sé yo. 

También suena Shine, Iris, una de las pocas canciones que me han dedicado en esta vida; Smells Like Teen Spirit, Alive, entre otras, y cada una llega con su respectivo recuerdo. 

Les pongo y no les pongo atención porque la escritura me fluye. Me encuentro, creo, en eso que los psicólogos llaman un episodio de flujo, en el que una persona está totalmente inmersa en la actividad que realiza. 

Estoy en la zona y se siente bien.

martes, 28 de mayo de 2019

El programador

A restaurante no le quedan mesas libres. Algo nos hizo demorar en la oficina, y ese par de minutos marcaron la diferencia entre conseguir mesa y tener que hacer fila. 

La mesera que siempre nos atiende, una mujer de pelo negro corto, y semblante amable nos saluda: “Hola amiguitos, ya les consigo mesa”, dice. Esperamos en la fila; al rato nos llama y nos conduce hasta una mesa donde un hombre almuerza solo. “Sigan, sigan que al él no le molesta compartir mesa."

Él es un hombre con barba de unos tres días, pelo desordenado, gafas de marco negro, y lleva puesto un saco abierto de color negro, y una camisa blanca con rayas azules horizontales. Me recuerda a las pintas que utilizaba Kurt Cobain. 

Hacemos nuestro pedido y al rato a él le traen el suyo, una cazuela de frijoles humeante y un plato que lleva arroz, carne molida, un chorizo, tajadas de plátano y una porción de aguacate. 

Antes de comenzar a comer, el hombre se queda mirando la taza y plato por un rato, como si fueran un problema por resolver, y luego prueba los frijoles con la cuchara. 

No levanta la vista de su comida, y vuelve a adoptar su modo contemplativo. No sabemos qué tipos de cálculos realiza en su cabeza, si está sumando el número de calorías que Va a ingerir o si está diseñando un algoritmo que determinará cuál es la forma más placentera y óptima de ingerir su almuerzo. 

El hombre vuelve a tomar la cuchara y con la mano libre toma el aguacate y comienza a trocearlo,para luego echarlo en la cazuela de frijoles. Sus movimientos son pausados, casi milimétricos, podría decirse, y cuando termina esa tarea vuelve a quedarse quieto por un momento pues, ya sabemos, realiza cálculos y permutaciones con la comida que no llegaríamos a entender nunca. 

Él vuelve a moverse y ahora ha decidido que a su orden le viene bien un poco de caos, pues decide echar el arroz blanco en la cazuela, al igual que la carne molida, y luego revuelve todo con la cuchara. 

Decide que su programa ya corre bien, y comienza a cucharear de forma tranquila, pero con un buen ritmo. A los pocos minutos termina, se acaba de un sorbo un vaso de limonada que llevaba por la mitad y mientras se pone de pie nos dice: “hasta luego, que estén bien”. “Nos despedimos de Él”, para concentrarnos en nuestros almuerzos; o bien, en nuestros programas informáticos, que asemejan un róbalo con arroz y  ensalada.

lunes, 27 de mayo de 2019

Jugo en la cara

El escritor cuenta como en una celebración de noche buena su padre comenzó a estrellar los platos contra la pared. Él era pequeño, y dice que no entendía nada de lo que pasaba, pero que si recuerda el malestar que el episodio le generó. ¿Por qué su padre había tenido que escoger precisamente esa fecha para descargar su rabia contra él, su familia o el mundo? El escritor es Manuel Vilas. 

También dice como después de que eso ocurrió, nunca hablaron acerca del tema. 

Yo también tengo un recuerdo de cuando era pequeño. Era de noche y estábamos con mi familia en la mesa de la cocina, y mi papá y mi hermano estaban discutiendo por algo. No recuerdo a qué se debía el altercado, pero si que ambos se pusieron de pie, y que estaban muy alterados. Cada vez subían más el tono de la voz y se inclinaban hacia adelante cada vez que hablablan como para hacer énfasis en sus palabras. Yo, a mis 8 años, esperaba, con angustia el desenlace de la pelea. Sentía que el mundo se iba a acabar. 

De repente mi padre se quedó sin palabras, y la única reacción que tuvo fue echarle el vaso de jugo en la cara a mí hermano. Reacción que acabó la pelea y que a pesar de lo violenta y/o humillante que haya sido, fue  mucho mejor que recurrir a un puño, por ejemplo. 

Tampoco recuerdo que pasó después de eso, supongo que mi hermano se fue a su cuarto y que se dejaron de hablar por unos días. Me imagino que, como en el caso del escritor, tampoco volvimos a hablar del tema, simplemente lo dejamos ser y ya. Cómo lo escribí hace algún tiempo, nada mejor que el “Como si nada”, como mantra de vida, para evitar patinar sobre las situaciones. 

Todo esto me recuerda el preciso párrafo de apertura de Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, pues todas las familias, creo yo, han tenido episodios de infelicidad.

jueves, 23 de mayo de 2019

Carpetas de intención


En mi computador tengo una carpeta que se llama artículos, que guarda otras de algunas revistas a las que he enviado algunos. Unos han sido publicados y otros no, y dentro de ese listado de carpetas, hay unas que no tienen ningún archivo; llamémoslas: “carpetas de intención”. 

Son dos esas carpetas: Rolling Stones y New Yorker. La primera la creé porque una vez, en una feria de libro, me conseguí los datos de la editora de la versión en español de esa revista, y pensé que en un futuro podría enviarle algún texto. La carpeta estuvo vacía por mucho tiempo, hasta un viaje que hice a Santa Marta con mi hermano. Esa vez visitamos el bar de rock Crabs, y tuvimos una larga conversación con Oscar Zuluaga, el dueño. 

Días después del viaje, ya en Bogotá, escribí una crónica sobre nuestra visita al bar, que titulé “Las tenazas del rock”. Luego me acorde de los datos de la editora de la revista, hice dos  nuevas versiones del texto, y lo envié. Nunca me dieron repuesta, vaya uno a saber si alguien llegó a recibir ese E-mail. 

La otra carpeta, la de New Yorker. Aún continúa vacía. Si algún día llega a tener un archivo será una historia, porque quien quita que me ocurra lo mismo  que a Kristen Roupenian; la escritora a la que le publicaron la historia Cat Person, que se volvió viral. Poco tiempo después una editorial le dio un avance de 1.2 millones de dólares para que escribiera el libro de historias You know you want this

Que bien debe sentirse recibir un cheque por esa cantidad, pero que angustia tener que escribir bajo la sombra de un texto viral. Igual, ahí continuó con mis carpetas por si, de pronto, algún día se me ocurre una pieza maravillosa.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Cansancio

Estoy cansado, razón por la cual escribo sobre eso, por pura pereza, o bien, cansancio; un cansancio que me dice al oído que no me preocupé en buscar otro tema al cual pueda arrancarle unas cuantas palabras. 

Sería buenísimo, por ejemplo, tener el estilo de vida de Murakami, en otras palabras, ser un escritor de tiempo completo y, obviamente, tener su misma capacidad de producción de novelas. 

Murakami se cansa, pero se cansa, aparte de sus rutinas deportivas, escribiendo: 

“The whole process–sitting at your desk, focusing your 
mind like a laser beam, imagining something out of a blank horizon, 
creating a story, selecting the right words, one by one, keeping the 
whole flow of the story on track–requires far more energy, 
over a long period, than most people ever imagine.” 
- What I talk about when I talk about running – 

De pronto lo que también  puede cansar  al momento de sentarse a  escribir algo, es no tener ningún tema a la mano. A veces dedico una porción de tiempo del día a pensar sobre qué voy a escribir, y si encuentro el disparador adecuado: Una frase, una imagen, un recuerdo lo que sea, el texto va apareciendo con facilidad, y lo tengo que anotar en algún lado: las notas del celular, un mail que me auto-envío, mi libreta, donde sea, pero otras veces la rutina me absorbe y llego al punto en el que estaba hace un momento, cansado y sin tener ni idea sobre qué escribir. 

Cuando eso me ocurre, pienso si tengo algún escrito reciclado en alguna carpeta del computador. Recuerdo que alguna vez empecé a escribir uno sobre Kim Young Un, de esa época en la que se quería dar en la cabeza de tu a tu con Estados Unidos. Ya no recuerdo porque no lo terminé de escribir, seguro fue por pereza o por cansancio. Una vez intenté retomarlo, pero no le vi futuro y ahí se quedó, ahí seguirá, y quien sabe si algún día, en el que no esté cansado, le ponga el punto final que, digamos, se merece.

martes, 21 de mayo de 2019

Hipocondría

Estás sentado en la sala de espera de un consultorio médico y tomas una revista que alguien dejó olvidada sobre una silla. Comienzas a hojearla distraídamente, hasta que te encuentras con la palabra hipocondría, que es como un agujero negro. No sabes si la atracción que produce se debe al acento en la penultima sílaba, a su carácter grave, con esa tilde en la í que es como una bandera puesta en lo alto de una montaña, en la que posas la mirada con facilidad, o si es por todo lo que encierra su significado, es decir, ese coqueteo con la muerte administrado en tan solo 5 sílabas. 

Te despiertas un día con un dolorsito inofensivo, en tal o aquella parte del cuerpo, y te imaginas que es una enfermedad terminal, que no ha sido descubierta por la comunidad científica, y que carcome tus entrañas a manera de huésped silencioso pero destructivo. 

¿Por qué piensas eso?, porque eres bueno para crear ficciones y sobre todo ficciones negativas y absurdas que no hacen más que reforzar la red de angustia en la que vives atrapado. 

La palabra también sirve como nombre de monstruo mitológico: Hipocondría de dos cabezas, o el de un órgano del cuerpo humano. "Me van a a sacar la hipocondría" podrías decir, y cómo sería de provechoso para nuestra salud mental ese procedimiento quirúrgico, que la hipocondría fuera tan extirpable como la vesícula, por ejemplo. 

La hipocondría viene a ser entonces un órgano imaginario a manera de cuento, situado en algún oscuro rincón de tu imaginación, una historia a la que le añades cada día más párrafos y que te cuentas a diario; la encargada de fabricar todo tipo de teorías conspirativas en torno a tu salud, y una de las maneras en que intentamos tantear a la muerte. 

Y es que hay que ver lo triste que es su definición: “Afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud.

lunes, 20 de mayo de 2019

La vida de Lara

El título de este post resulta pretencioso, pues es casi imposible contar la vida de alguien en poco más de 500 palabras que, supongo, va a ser la extensión de este post, pero uno nunca sabe qué puede ocurrir con un escrito.

Si Tolkien garabateó en la hoja  de un examen que estaba calificando: “En un agujero en el suelo vivía un Hobbit”, la semilla narrativa del mundo de esos seres,  que luego fue detallado a fondo en la trilogía del Señor de los Anillos; cualquier cosa podría ocurrir con la vida del Lara de este post. Tiende uno a creer eso, es decir, uno piensa que lleva una novela en el inconsciente, y que en el momento menos pensado va a brotar de las profundidades del cerebro y que lo único que vamos a tener que hacer es pasarla a limpio, en fin.

Dudo que mi novela sea la vida de Lara, pero si así fuera, estoy seguro de que la frase que la abriría sería: “Pobre vida la del pobre Lara que escupió pa’ arriba y le cayó en la cara”, y pueden decirme que soy falto de creatividad e imaginación, pero lo siento nada me hará cambiar de parecer, esa es la frase y punto.

Me imagino que Lara es un tipo como usted o como yo, o bien podría ser una mujer, y también sería como usted pero no como yo, aunque hay quienes dicen que los hombres llevan encima cierto porcentaje de feminidad, al igual que las mujeres cierto porcentaje de masculinidad pero, ¿si ven? Lo escritos, esos grandes monstruos, comienzan a torcerse y dejan el camino principal para andar por trochas poco transitadas, desordenadas, sin nada de inicios, nudos o desenlaces, arcos narrativos y esas cosas.

Volvamos, mientras se pueda, con Lara. Les decía que es como usted o como yo; digamos que lleva una barba rala de un par de días, que yo no  tengo, pero puede que usted si, y lleva el pelo largo hasta los hombros. 

Eso es parte de lo que sé sobre Lara, y hay otros detalles que  no les quiero contar porque me gustaría que se formen la imagen de él que mejor les parezca. Quizá Lara solo es un simple Hobbit metido en un agujero de mi imaginación.

domingo, 19 de mayo de 2019

Roger

Roger me envía una solicitud de amistad por LinkedIn. No sé quién es, pero hace mucho un coach laboral me sugirió aceptar las invitaciones de extraños en esa red, pues, según él, uno nunca sabe en qué momento va a parecer alguien con quien vamos a poder hacer un negocio, o que nos va a ofrecer una buena oportunidad laboral. Por eso acepto la solicitud de Roger que, según su perfil, estudia en una universidad de Estados Unidos. 

Tiempo después me envía un mensaje: “Juan, gracias por contactarme, ¿cómo estás? 

No entiendo porque me da las gracias si fue él quien me contacto, y, sé que puede sonar estúpido, pero no me siento a gusto con el tuteo por parte de un completo extraño. Le respondo con el ícono de pulgar arriba, una de las opciones por defecto que da la página. 

Pasado un día, Roger contraataca, y ahora me pregunta: “Excelente. Me permite una pregunta… ¿Te gustaría ser pionero en tu país y generar riqueza?”. 

Salta de un pronombre personal al otro como si nada, y su pregunta, que no me dio tiempo de permitírsela, es extraña. ¿Pionero de qué? 

Le respondo que no, que muchas gracias por la oferta, pero que, por el momento, no estoy interesado. Creo que el asunto ya quedó solucionado y que Roger va a proponerle su negocio de generación a riqueza a otra persona, pero no, utiliza una última carta de su juego de palabras: 

“Pero ¿no te gustaría ser libre financieramente de tiempo y dinero?” 

Roger, Roger, Roger, mi amigo virtual, ¿qué te dijera? ¿Qué significa ser libre financieramente?, me imagino que tiene que ver con tener mucho billete, y gastarlo sin ningún tipo de remordimiento, ¿cierto? Y pues sí, me encantaría no sufrir por deudas y dedicarme a tener billete, pero, por otro lado, uno nunca es libre financieramente, es decir, se es esclavo del dinero independiente de si se tiene mucho o poco, ¿acaso no? 

Por otro lado, mi querido amigo no-amigo, creo que ese concepto de libertad que se intenta vender hoy es una farsa, pues nunca somos libres del todo. 

Eso y mucho más quería decirle a Roger, pero me pareció una desfachatez darle cátedra sobre un tema del que sé muy poco, además de un derroche molesto de superioridad moral; por eso decido contestar a su última pregunta con un “No”. 

Roger deja de escribirme.

jueves, 16 de mayo de 2019

Ausentarse

Ayer lo hice. Me ausenté de este lugar, es decir, no escribí acá. Eso no quiere decir que no lo haya hecho en todo el día, pero no lo hice acá y, como ya lo he dicho antes eso, de una u otra manera, quizá de forma microscópica, imperceptible, hace que el mundo se desbarajuste; el mio, digamos, pero imagino que en eso radica la cordura, en que el mundo de uno, el interno, no se desequilibre, y eso tiene mucho que ver con hacer y no hacer eso que nos gusta. 

Hoy podría haberme ausentado de nuevo porque tengo sueño, que fue lo que evitó que escribiera aquí ayer en la noche. Hoy quiero dormir, pero también quiero leer, como mínimo, un capítulo de una novela y, además, ver el capítulo de una serie. Lo ideal sería hacer ambas cosas, pero creo que voy a traicionar a  alguna, o las dos, poeque las horas no me van a alcanzar, pues los días, bien saben ustedes, se empeñan en tener únicamente 24 horas; así que es posible que simplemente me decida por rendirle homenaje a Morfeo, sin darle tantas vueltas al asunto. 

Hoy, cuando venia caminando a la casa, svompsñsfo (la palabra era acompañado, pero ubique mal los dedos en el teclado) de una lluvia triste que caía sin ganas, sonó en mi MP3 Joining you,  del desconectado de Alanis Morissette. En ese instante pensé que una de las estrofas era perfecta para relacionarlas con el concepto de ausencia y sus consecuencias catastróficas, en mi mundo repito, relacionadas con no escribir. Hace un rato leí la letra de la canción y no entendí por qué llegué a semejante conclusión. Esta fueron las líneas que me llamaron la atención: 

And yes, they're in shock 
They are panicked 

No sé cuál fue la relación que encontré en ese momento con el tema de este post. Parece que no hay ninguna, pero bien sabemos, o por lo menos eso es algo que me gusta creer, que todo en esta vida se relaciona de extraña manera. 

Se me ocurre que, de pronto, la vida simplemente consiste en ausentarse, en cambiar de espacios, rutinas y momentos, y que eso es algo que nos hace entrar en shock. Por eso es bueno buscar rutinas que sirvan para calmarnos, rutinas que nos anclen, y que eviten que el mundo siga dando vueltas. La clave está en volver a ellas apenas podamos, antes de que nuestro mundo se despiporre, que buena palabra esta, por completo.

martes, 14 de mayo de 2019

Te sientas a comer

“La vida cambia rápido, la vida cambia en el instante. 
Te sientas a comer y la vida, como la conocías, se termina.” 

La frase es de Joan Didion, una de esas escritoras que tienen sus palabras manchadas de sangre, bilis, de vísceras, de lo que sea que nos mantiene vivos. Me parece que tiene que ver con el final, de qué, pues de la vida, es decir, con la muerte. 

Todo tiene que ver con la muerte o, mejor, esta se nos atraviesa a cada rato, pero no nos damos cuenta, porque jugamos a ser inmortales, a verla como un evento lejano. ¿Acaso quién no desea vivir mucho, y espera no morir hoy, dentro de un par de días o semanas, sino pasados varios años? 

La frase de Didion también me recuerda otra de Tom Clancy, el escritor de novelas de espionaje, o quizás sea de otra persona; a menudo la poca información que poseo se mezlca de formas extrañas. Esa frase, que tampoco recuerdo de forma precisa, decía algo como: Lo bueno es que la ficción es más fácil que la realidad, pues en ella, en la buena digamos, todo su engranaje debe acoplarse de forma perfecta, para que la obra no carezca de sentido, mientras que a la realidad nada la contiene y por eso nos bombardea con todo tipo de eventos absurdos y sin explicación. 

De ahí que hayan surgido frases del tipo: “Las cosas pasan por algo”, y otros métodos pobres para intentar entender esto, que es todo y nada, vida y muerte al mismo tiempo. 

Una llamada que recibí esta tarde, disparo la frase de Didion, no ha dejado de rebotar en mi bóveda craneal, y ha despertado otras frases que estaban hibernando; como esta otra que también se relaciona con la de la escritora:

“La vida es una chispa entre dos vacíos idénticos, la oscuridad 
antes de nacer y la que está después de la muerte. ¿No es extraño lo 
mucho que nos preocupamos por el segundo vacío y nunca pensamos 
en el primero?” 
— El día en que Nietzche lloró — 

Te sientas a comer…

lunes, 13 de mayo de 2019

Tres momentos

En el primero la mujer, que está sola, lee un libro, mientras una taza de blanca de porcelana reposa sobre la mesa. A ratos se la lleva hacia la boca, como en cámara lenta, sin dejar de mirar el libro. 

Esa mujer, que vemos de perfil, es muy flaca, y lleva puesta una camisa blanca grande, un camisón, digamos, que le llega por debajo de la cintura casi hasta las rodillas. 

El medio rostro de perfil que compone la escena deja entrever una nariz pequeña y unos  unos ojos achinados , unos rasgos asiáticos difíciles de precisar. 

La mujer ya no toma café y no está mirando el libro, sino que ahora mira hacia el frente, quién sabe en qué punto reposa su mirada, pues delante de ella solo hay una pared. Después de un rato de estar en esa postura, como rígida, como ida; completamente envuelta en sus pensamientos, recuerdos, angustias o neurosis, pasa una página y, de nuevo, le dedica toda su atención al libro, a la lectura. Luego de unas cuantas páginas vuelve a dejarlo sobre la mesa y queda, de nuevo, absorta en la contemplación de ese punto, ese agujero negro que, desde la posición en que nos encontramos, resulta imposible saber porque la absorbe de tal manera. 

En el segundo, me refiero al momento, que podría ser el nudo, aunque parece que los momentos que contemplamos no llevan implícito ningún conflicto, y que la mujer simplemente disfruta de un café mientras lee un libro o viceversa; la mujer se pone una cachucha de color rosa y una gabardina negra. Imaginamos entonces que le dio frío, ya sea porque acabo su bebida caliente o porque ese punto, ese vórtex, quizá de la conciencia, que mira como quien no quiere hacerlo, le produce esa sensación térmica. 

En el tercer y último momento, la mujer ya no está. Nos despistamos un segundo y se desapareció. Podemos suponer que se puso de pie y abandonó rápido el lugar, pero atrae más pensar que ese punto, ese hueco que la distrajo todo el tiempo, la trago sin dejar rastro.

domingo, 12 de mayo de 2019

Don Nelson

Don Nelson está sentado en la entrada de un hospital. El ingreso al lugar es muy restringido y solo dejan entrar de a un solo visitante por paciente. 

En una ventanilla, una celadora de gesto duro, decide quién y quién no ingresa. Cada cierto tiempo dice en voz alta: “Esta prohibido ingresar regalos, cualquier tipo de alimento, y yo no les puedo guardar nada”. Ahí termina su frase, pero Don Nelson piensa que la mujer le añade la palabra “malditos” mentalmente. 

Está y no está con su familia pues no se integra para nada en la conversación que sostienen dos mujeres, de mediana edad, sentadas a su lado. No sabe muy bien a quién le aplica el término mediana edad, pero cree que funciona para referirse a esas mujeres de su familia no familia.

Cada vez llegan y se unen más familiares al grupo, pero don Nelson no se preocupa en saludarlos. A veces eso pasa en las familias: No conocemos a esas personas con las que nos reunimos a celebrar cumpleaños, aniversarios y almuerzos esporádicos o para esperar junto a ellos en la entrada de un hospital. Son nuestros parientes, pero parece que vivieran en otros mundos. 

Las mujeres ahora hablan acerca de otra mujer, al parecer menor; hija de alguna de ellas o una sobrina: 
“Ella ya terminó periodismo , pero no ha conseguido trabajo” 
“¿Y lo de Caracol?, pregunta su interlocutora. 
“Eso era la pasantía." 

Apenas terminan la conversación. otro de los familiares de Don Nelson, que está a punto de marcharse, revolotea por el lugar. En un momento deja de moverse y toma la decisión de acercarse a las dos mujeres, y se inclina para despedirse de beso. Las abraza a ambas fuerte y les dice al oído a cada una: “Que Dios la bendiga”. 

Luego el hombre inclina su cuerpo hacia Don Nelson, estira un brazo y le dice: “Hasta luego Don Nelson”. 
“Ehh…yo no soy Don Nelson", le respondo. 

El hombre, apenado, balbucea algo mientras se aleja.

jueves, 9 de mayo de 2019

Cinco minutos

High Times de Jamiroquai, comienza a sonar en la alarma del celular “You don’t need your name in bright lights, you’re a Rockstar”, y la melodía es como un hacha que abre un hueco en mi sueño. La apago y dejo que suene dos veces más. 

Cierro los ojos de nuevo, mientras espero que suene la alarma del reloj despertador que, se supone, está programada como si fuera el último bastión que separa los terrenos “Es temprano” y “Se me hizo tarde”. Suena, y ahora pienso “5 minutos más”, y la apago de inmediato.  

Ahora pienso que debería ser de esos que se ponen de pie apenas suena la primera alarma, para meditar 15 minutos o más, hacer yoga o cualquiera de esos rituales que son el preludio de comerse el mundo, pero me siento cansado y lo único que quiero es dormir. 

Finalmente me pongo de pie, me baño, me alisto, y salgo de la casa. Voy tarde para el trabajo. No sé en cuántos minutos perdí haciendo pereza, minutos que ya se fueron y que no pienso recuperar; minutos que, supuestamente, iban a reponer mi cansancio, pendejadas que uno, a estas alturas, todavía cree. 

Paso por un café que me gusta y que abren desde las 6 de la mañana, para comprarme un capuchino. Pido el pequeño, porque el vaso tiene orejas, agarraderas, como se llamen, que evitan que uno se queme, a diferencia del mediano y el grande. 

Mientras Janeth, la mujer que atiende el lugar, lo prepara, decido pedir también una porción de torta de zanahoria. “Tarde y no sano”, pienso, sin que una cosa tenga que ver con la otra. 

Mientras me preparan la bebida me distraigo viendo unas revistas que están en un revistero empotrado en la pared: La Soho trae en la portada a una modelo en vestido de baño con una camiseta blanca diminuta, que deja al descubierto un abdomen completamente tonificado y que, parece, no lleva encima ningún combo de capuchino más torta de zanahoria; ella se lo pierde, pienso. La Jet-Set muestra a uno de los hermanos de la realeza inglesa, no sé quién es, solo que uno se llama Harry, y no tengo idea si es el que sale en la foto o es su hermano. Quién sea, aparece en una postura incomoda, con su esposa atrás, con cara de, digamos, nada tirando a mal genio, y los acompaña un titular que dice: “Grietas en el palacio”. La última revista que está a la vista en el revistero, es una Vanidades y la imagen de una mujer que lleva puesta una chaqueta negra y toneladas de maquillaje, ocupa toda la portada. A su lado, en letras gruesas aparecen títulos de los artículos que trae la tevista: “Looks por menos de 150 dólares de la cabeza a los pies, Operación Antifrío, New beauty, luce tu mejor sonrisa, y la Fuerza del Cariño, que está en mayúsculas y parece tiene que ver con la mujer de la portada y su gesto desafiante. 

“Acá está su capuchino me dice Janeth. Pago y me despido rápido, porque quién sabe en cuanto tiempo de retraso se convirtieron los cinco minutos de la no-levantada.

lunes, 6 de mayo de 2019

Comerse las uñas

Hay días en que las masticamos por completo, bueno, es un decir. Quizá, si en verdad lo hiciéramos, sería la mejor forma para somatizar nuestra, o nuestras angustias. Siempre me he preguntado eso, es decir, si las angustias vienen separadas por temas o asuntos personales o si solo existe una, la mamá de las angustias, digamos. 

Entre los miles de temas que nos joden la cabeza, y que hacen que nos comamos las uñas o que pensemos en hacerlo, el futuro, esa zona penumbrosa que tanto nos inquieta, continúa siendo uno de los más importantes. Pensar en él es como pensar en la muerte, porque por más Indios Amazónicos y/o Walter Mercados nunca vamos a saber a ciencia cierta que es lo que va a ocurrir con nuestras vidas. Entonces el futuro, la muerte y el amor comparten una cosa: su falta de significado. 

Pero no les voy a hablar el amor hoy, ese no es el tema, y pues la verdad creo que no sé nada sobre él, así que mejor sigamos con las uñas y el futuro. 

Podría uno entregarse a los horóscopos para tratar de apaciguar esa incertidumbre tan berraca que llevamos encima y, aunque sabemos que son una basura, algunas veces los leemos y esperamos descifrar entre líneas el significado de nuestras vidas, al tiempo que tratamos de acomodar nuestras situaciones a ese puñado de letras sin sentido. 

Hoy el mío me dice: “La forma como expresas tus deseos de libertad puede prestarse para malas interpretaciones”, lo peor es que no tengo idea cómo los expreso. Además me pregunto si realmente uno llega a ser libre en algún momento de la vida, o si cualquier sentimiento de libertad es pura ilusión. 

El horóscopo se convierte entonces en un arma de doble filo, pues ahora me debo preocupar por eso, y me voy a angustiar al no saber si genero malas interpretaciones. Mejor me como las uñas y ya está.

jueves, 2 de mayo de 2019

Escrito fantasma por partes

Llega ese momento en el que me siento en el escritorio, y en el que me tomo unos minutos para pensar en eso que estoy a punto de escribir, es decir, en esto que estoy escribiendo. 

Ya he contado que muchas veces, como hoy, no tengo ni idea qué voy a escribir. Eso es algo que me frustra un poco, pero ahí me quedo mirando a la nada,  a ver qué se me ocurre.  En mi caso esa nada es una pared de color azul a la que da el escritorio de mi cuarto, y sobre la que se refleja la sombra de los objetos que lo ocupan: Una lampara, un vaso plástico del Hay Festival con jugo de mandarina, un tarro de Vick VapoRub y un rollo de papel higiénico. algo triste. a punto de acabarse; estos dos últimos objetos evidencian una gripa que estoy incubando desde hace ya varias semanas y que se niega a hacer presencia de forma plena; aparece aquí  con una seguidilla de estornudos, en otro lugar con ligeros dolores de cabeza y así. 

Alguna vez leí que el color azul calma la mente, baja la presión sanguínea y la frecuencia de la respiración; es fuerte y confiable y se asocia con  confianza y estabilidad. Parece entonces que la pared de mi cuarto es una nada que apacigua. 

Pero estaba hablando de lo de no saber qué escribir, ¿cierto? Hoy pensé en este momento y me dije a mi mismo: “mi mismo, para evitar mirar la pantalla en blanco o la nada azul tranquilizadora, vamos a escribir algo, lo que sea, en tres diferentes momentos del día, una especie de inicio, nudo y desenlace, a ver que sale”. 

Finalmente fue algo que no hice y me quedé sin saber de qué iba a tratar el experimento del escrito por partes, y si era una historia, o una mísera y desalmada opinión. 

No sabe uno a dónde se van esos escritos, digamos,  desperdiciados y si podremos acceder a ellos en otro momento, cuando definitivamente deciden salir de su escondite, o si simplemente se transforman en las palabras que escribimos en un correo electrónico, las que le decimos a alguien o en pensamientos.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Aprender a escribir

En su libro La situación y la historia -El arte de las narrativas personales-, la escritora Vivian Gornick dice lo siguiente, que no traduzco solo para que no pierda fuerza: 

I have learned that you cannot teach people how to write—the gift of dramatic expressiveness, of a natural sense of structure, of making language sink down beneath the surface of description, all that is inborn, cannot be taught—but you can teach people how to read, how to develop judgment about a piece of writing. 

Yo la verdad no sé. Gornick da una opinión personal, y no me encuentro cómodo cuando alguien hablar con tanta propiedad sobre un tema, sin importar cual sea. Pienso que la escritura, como muchas otras actividades, depende mucho de qué tanto se practique, y no creo que sea un "don" en su totalidad innato 

He escuchado a otras personas, que quizás comparten la postura de Gornick, y critican toda la oferta que existe hoy de cursos y Maestrías en escritura Creativa. 

Hace poco leí un fragmento de Isaías Peña, no lo conozco, supongo que es un escritor, con relación al término Escrituras Creativas: "Nunca la escritura es sujeto. Es una herramienta. Es creador el sujeto humano, tú.” 

En fin, todo esto únicamente para contarles que al mail me llegan muchas ofertas de cursos de escritura. Hay algunos que me interesan y otros no. Para los primeros, si tuviera tiempo y suficiente dinero, seguro los tomaría, sin importar si me van a enseñar a escribir o no, solo porque sé que voy a pasar un par de horas hablando de libros, autores y escritura, y ya con eso me basta. 

Muchas veces, en esas ofertas vienen acompañadas de un pequeño resumen de quien dicta el curso y los textos que va a utilizar. Lo que suelo hacer es copiar los títulos de los libros, y añadirlos a mi siempre creciente lista de libros por leer. 

Un E-mail que estoy a punto de borrar, cuenta con los siguientes: Fuera de lugar de Edward W Said; Las pequeñas memorias de José Saramago, Memoria por correspondencia de Emma Reyes; Apegos Feroces de Vivian Gornick, e Infancia de J.M Coetzee. 

De primerazo me llama la atención el de Said; igual los anotaré todos, a ver si le doy la oportunidad a alguno en el futuro.