Llegamos tarde al lugar y ya está lleno. Quedamos lejos del televisor. Tengo puestas las gafas, pues siempre me quito los lentes de contacto al mediodía para descansar los ojos; me los volví a poner para ver el partido, pero me empezaron a molestar. A veces parece que mis ojos se revelaran: ya nos puso esa vaina hoy, ¡no nos joda más! El balón a veces se me desaparece y veo cómo los jugadores corren detrás de uno invisible.
Pido una cerveza. Al lugar siguen llegando personas con caras llenas de alegría, a la expectativa de una noche de fiesta un miércoles… ¡Un miércoles!
A mí lado hay un grupo de 4 hombres y una mujer; al parecer algunos de ellos son extranjeros o hablan en inglés solo porque sí, hay gente así. Coquetean con las meseras y piden una botella de aguardiente que les llevan en una hielera que suda mucho, y tiene hielo casi hasta el tope; la ubican justo a mi lado. Los hombres se preocupan más por brindar y servirse aguardiente cada nada que por ver el partido.
A ratos suena Colombia tierra querida himno de fe y alegría… a un volumen exagerado que opaca la voz de los locutores que narran el partido.
Al medio tiempo ponen Regaetton y algunas de las personas comienzan a bailar. Un grupo numeroso que está al frente pide una botella de Tequila, y la primera vez que brindan lo hacen con un trago largo. Algunas de las mujeres de ese grupo llevan Blue jeans muy ajustados y sombreros como si estuvieran en plena cabalgata.Ahora tengo sueño.
El partido importa poco. Tomar y bailar son las actividades que marcan del ritmo de la noche o, quizá, de la vida de la mayoría de los allí presentes; hasta que llega el gol de Zapata, que le aseguró la clasificación de Colombia a la siguiente fase. Todo el mundo se enloquece, no es solo un gol, sino también la excusa perfecta para embriagarse y enfiestarse.
Acaba el partido y abandonamos el lugar.
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