Sábado.
Tengo una chita médica de chequeo, digamos, rutinario. Siempre he pensado que las de ese tipo son las peores, en la que le pueden dar a uno la noticia de que le quedan 6 meses de vida, o algo por el estilo.
Es a las 11 de la mañana. Me despierto temprano y pienso en bañarme e irme temprano y ponerme a leer en un café que queda cerca al consultorio, pero me pongo a hacer pereza y llego al lugar cuando faltan 15 minutos para la hora de mi cita.
No he comido nada y me urgen las ganas de tomarme un café, así que hago fila para comprarme uno, pero adelante mí hay dos personas. La primera ya termino de hacer su pedido y la que le sigue comienza a hacerlo, pero parece que su pedido es para una familia completa: un cafecito mediano, un tinto, un palito de queso, una porción de torta de esto, un no se qué, y nada que termina. Miro el reloj y ya solo quedan 10 minutos para las 11. Desisto de la idea de comprarme el café y me dirijo hacia el consultorio.
Cuando llego al piso en el que tengo la cita, me anuncio con la mujer de la recepción que, me parece, tiene más pereza de estar allá que nosotros los pacientes. La sala de espera luce aún más triste que en un día entre semana, y los que estamos ahí ocupamos las cuatro esquinas de esta, como evitando interactuar con los demás.
Después de anunciarme me pongo a leer y luego saco el celular para mirar la hora. Ya son las 11:15. “¡Si ve! Habría alcanzado a comprar el café y la galleta que se pensó comer, pero usted como siempre todo afanado”, me recrimina mi yo interno. Con algo de pena le doy la razón, y para evitar seguir conversando con él, me pongo de pie para preguntarle a la recepcionista si la doctora se demora. “Yo creo que usted es el que sigue", me dice.
La mujer tenía razón, yo era el que seguía, pero muy a las 11:40. Entro y la consulta no dura más de 10 minutos. Aunque el tiempo de espera no es proporcional al de atención, agradezco que la doctora no me dice que me queda poco tiempo de vida.
Antes de despedirme me dice que me quiere hacer otro control en Mayo del 2020. A la salida, Martha su asistente me cobra la consulta. Mientras saco la plata de la billetera, me cuenta que le duele la espalda y que tiene inicios de gripa. Le respondo con un comentario simple, para que no considere que desperdició sus palabras, y luego le digo que necesito programar una cita para Mayo de 2020.
“Uyy no me gusta eso”
“¿Qué?”, le pregunto, pensando que vio algo que la doctora, por alguna razón, no detectó.
“Lo de programar citas tan lejos, ¿Si me entiende?”
Y la entiendo. Se refiere a lo rara qué es la vida y cuánta incertidumbre alberga nuestra existencia, y como nosotros vamos por ahí, muy campantes, haciendo plantes a futuro, aún cuando sabemos que puede acabarse en el momento menos pensado. Le doy la razón, y recuerdo una cita de una crónica de Salcedo Ramos, que me impactó mucho:
"Estás vivo, haces planes y hasta tienes vanidades, le subes
el volumen a la música, pero de repente, cuando vas en lo
mejor del baile, una mano invisible te señala, y entonces, de
un solo golpe, la fiesta se te acaba"
- Cita a ciegas con la muerte -
Si algo salva el tedio que me producen las citas médicas en ese consultorio un fin de semana, es saber que voy a tener un breve intercambio de palabras con Martha, quien, mientras me cobra la consulta, siempre sale con un tema que analiza de forma interesante. En la anterior , recuerdo, me hablo sobre el amor.
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