A veces me pregunto si la musa realmente existe, si es un ente personalizado para cada persona o si solo hay una que se reparte entre todos los seres humanos; de ser así me la imagino como una diosa, con cualidades de omnipresencia, omnipotencia, omnisciencia y todo eso.
¿O será que es una mezcla de deidades, es decir, son varias y entre ellas deciden a quién ayudan de acuerdo con su campo de experiencia? No sé, se me ocurre que parte de ese trabajo lo podría desempeñar Saraswati la diosa hindú de la palabra, las artes, la música y el conocimiento.
Supe de su existencia en un libro que leí hace mucho y que cuenta en qué consiste cada religión del planeta y que enumera sus rituales. Me cautivó mucho la parte en que la describen, y por un tiempo me obsesioné con ella, tanto así que en una feria del hogar me compré una estatuilla de bronce, a la que supuestamente le iba a hacer un altar con elementos relacionados con la escritura, pero nunca ocurrió y ahí la tengo encima de mi escritorio, y me vigila sentada sobre un cisne mientras toca una cítara.
Es probable que Saraswati se reparta su trabajo con Calíope, la musa griega encargada de la elocuencia de la poesía, y quién sabe con que otras diosas más lo hagan ambas, en el lugar que residen que, también supongo, es el éter.
El punto es que uno siempre espera que en los momentos de sequía creativa cuando la hoja en blanco parece ganar la batalla, alguna de ellas alga al rescate, no dictando todo el texto, pero por lo menos manifestándose con una idea, o bien, una lluvia de ellas; que prendan la chispa encargada de detonar la escritura.
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