“Yo pienso que lo mejor es regalarle el tratamiento para la cara”, le dice un adolescente a su padre que, absorto en sus propios pensamientos, sostiene la mirada en un punto fijo, como entretenido con un recuerdo. “Es un regalo bonito; Para ella su cara es lo más importante”, concluye el joven.
¿Acaso no dicen que la belleza se encuentra en la mirada del espectador?, en fin. La belleza: he ahí un tema del que se han escrito y del que aún se pueden escribir tratados, novelas y sagas enteras. Padre e hijo dejan el tema de lado y se van a recoger su pedido: dos combos de hamburguesa. La comida, otro gran tema que, quizá, es más importante que la belleza.
En una librería tres amigos, 2 hombres y una mujer, se dedican al fino arte de hojear libros. Hablan sobre la lectura y el poco tiempo que se tiene para ella, en comparación con la cantidad de libros que existen. “Hay algo que si debemos tener claro” dice uno de ellos con un libro en sus manos, “Hay dos tipos de actividades: una es leer libros y la otra es comprarlos”. Tiene razón, da mucho placer leer, pero también da un inmenso placer comprar libros aun así tengamos varios en fila de espera sin ni siquiera haberlos destapado; así somos ¿qué le vamos a hacer?
Ahora leo en el café de un anticuario. Me gusta el lugar por tres cosas: tienen un sofá cómodo, el café es bueno y me agrada Daniela, la barista del lugar. Me gustaría invitarla a tomar algo, pero aún no he tenido el suficiente aplomo para hacerlo, podría ser un propósito de año nuevo.
Parece que tienen una novena. Daniela y otras personas del lugar van de afán de un lado a otro. En un momento ella levanta un pesebre y cuando da media vuelta varias de las figuritas de cerámica, caen al piso, un terremoto pequeño pero catastrófico. Me agacho a recoger una de ellas. Es Melchor montado en su camello. Daniela examina la pieza. Dictamen: se le rompió una pata, no a Melchor sino al camello.
Digo que no es tan grave, que otro sería el caso si la figura rota fuera la del niño Dios. Un hombre de barba que está sentado me da la razón y, no sé cómo, dice que no hay problema porque el rey mago era el del oro y no el del incienso. No entiendo en que basa su afirmación pero sonrió, pues el hombre también había sonreído a mi comentario. Lo hacemos, siento, de pura cordialidad porque ambos comentarios estuvieron flojos, quizás a él también le atrae Daniela.
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