Solo un decir, pues raros cada uno de nosotros a su manera. Un cuento de Rosa Montero fue el que me puso a pensar en el tema.
En mi época de colegio nunca fui popular ni impopular, o eso es lo que creo; era uno más del montón, uno de esos que tratan de ocultar sus rarezas para parecer normales, un estado que, ya sabemos, no existe. Esa, creo, es una de las maneras para sobrevivir al matoneo.
Así pasaban los días, y en el salón ya todo el grupo se conocía. Había montadas de paso que no pasaban a mayores, pero a veces llegaban estudiantes que venían de otros colegios, y por el simple hecho de ser los nuevos, de no pertenecer a la manada, el salón se volcaba sobre ellos para molestarlos de la forma que fuera: apodos, historias, etc. Siempre eran personajes que andaban en boca de todos incluso sin hacer nada, solo por el simple hecho de ser.
En noveno, si no estoy mal, llego V. Era un tipo de actuar humilde que siempre se la pasaba con una sonrisa en la cara; una buena persona, pero estaba marcado por el hecho de ser el nuevo, así que todo el salón se ensañó con él, solo porque sí, porque el pobre se la pasaba solo y eso hacía que se viera distinto.
No sé a quién se le ocurrió corear su nombre cuando algo malo ocurría, qué se yo, habíamos dejado en desorden un salón, por ejemplo, y cuando un profesor nos llamaba la atención todos corríamos a pronunciar su nombre en voz alta repetidas veces: "¡Si V.!, ¡Si V.! , ¡Si V.!" que hijos de puta que éramos.
Yo lo hacía para parecer normal, para no perder mi puesto, si es que lo tenía, dentro del salón, pero me pregunto por qué nunca hice nada si era una actitud que me parecía una canallada. Después nos preguntamos por qué hay asesinos en serie y ese tipo de cosas.
“Hay niños que desde la cuna son distintos y lo que es peor,
saben y padecen sus diferencias. Son esos críos que siempre
se caen en los recreos; que andan como almas en pena, de
grupo en grupo mendigando un amigo. Basta con el profesor
los llame a la pizarra para que el resto de la clase se desternille,
aunque en realidad no hay en ellos nada risible, más allá de su
destino de víctimas y de su mansedumbre en aceptarlo.”
- La gloria de los feos -
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