Son tres y están ubicados uno al lado del otro en el mueble de mi computador: Una botella pequeña con lentejas, la calavera de una Katrina y una pila doble-A, si de algo sirve su clasificación.
La botella con lentejas me la dio alguien de mi familia, creo que fue M, una prima, en la última celebración de año nuevo, recuerdo que minutos antes de que fuera media noche y cuando llegó el momento de repartir las lentejas que, si no estoy mal, significan abundancia, me dijo: “Yo sé que no crees en estas cosas, pero ¿las quieres?”; sonreí y asentí con la cabeza, para no generar mal ambiente. En celebraciones pasadas me habían dado un puñado de lentejas en la mano, que echaba en el bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta y ahí se quedaban por un buen tiempo, así que agradecí que en esa ocasión vinieran en un frasco de vidrio pequeño con un corcho a modo de tapa. Ahí siguen y ahí se quedarán probablemente hasta la próxima celebración de año nuevo.
A la izquierda del frasco esta la calavera mexicana. Me la trajeron de México el año pasado y es muy pequeña, pero me gusta ver como le sonríe, si se le puede llamar de esa manera, hipócritamente al mundo , a la vida, a mi o a lo que sea. A ratos la cojo y juego con ella en mis manos por un rato, hasta que la devuelvo a su lugar de guardia y queda bailando por un rato, porque su base no es plana y se va de para atrás como si quisiera mirar hacia el techo.
La pila, el otro objeto, no sé de dónde Salió. Imagino que del control remoto del televisor y que ya no debe tener carga. Debería botarla pero, desde hace bastante tiempo, como las lentejas, está ahí. Puede ser que inconscientemente la haya otorgado ciertas propiedades especiales y se ha convertido en un objeto del cual depende mi vida, es decir, que si me deshago de ella algo malo me va a ocurrir.
El mueble tiene más objetos, pero con esos tres son los que me encuentro cada vez que dejo de mirar la pantalla y levanto la vista.
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