Parece que hay veces en que uno hace las cosas mal por sencillas que parezcan, y una de ellas es dormir.
Hace unos años una doctora me mandó a hacerme un examen de sueño. La clínica, de sueño, claro está, a la que tenía que ir, nunca la había visitado y quedaba lejos de mi casa. La cita era a las 7 de la noche, y se supone que ese día debía haberme despertado muy temprano para poder presentar, digamos, un examen exitoso.
No fue así. Ese día, entre semana, dormí más de lo debido, o simplemente no tenía el sueño que creía era necesario para el examen. El chofer del taxi que tomé, aseguró saber dónde quedaba la clínica, pero al final se perdió. Genial, estaba perdido y sin sueño. Me bajé de ese taxi y tomé otro que si supo llegar al lugar.
Llegué corriendo a la recepción y les conté que tenía un examen de sueño. La mujer que atendía, que llevaba puesto un uniforme tan blanco como las paredes del lugar y que también parecía no tener sueño, me tranquilizó y me dijo que había llegado justo a tiempo para el examen, y me pidió que me sentara a esperar en una sala desierta con un televisor empotrado en la pared que tenía el volumen a todo dar.
Pasada la espera, apareció una enfermera que me hizo seguir a un cuarto con un baño, una cama, una especie de mesa de noche metálica y también otro televisor en una de sus esquinas. La mujer me dio una bata clínica de esas delgadas de color azul aguamarina y pidió que me cambiara en el baño.
Cuando estuve listo, la mujer me dijo que me acostara porque ya iba a comenzar el examen. Así lo hice, mientras ella preparaba, accionando unos botones, la maquina del sueño que, imagino debe tener otro nombre. Una vez recostado me empezó a conectar varios electrodos en el pecho y cuando termino me dio las buenas noches y me deseo un buen sueño.
Ese día iba armado con una colección de cuentos de Raymond Chandler, así que antes de que abandonara el cuarto, le pregunté que si podía leer antes de dormirme, y me dijo que no, que ella tenía que apagar la luz de la habitación, pero que si podía mirar algo de televisión.
Le di las gracias y antes de prender el televisor, me quede mirando fijamente el techo. Ahí estaba estaba yo en pleno examen y no tenía sueño. Luego miré televisión por un rato, ya no recuerdo qué programa, seguro una telenovela, porque solo habían canales nacionales, hasta que me dormí.
A la mañana siguiente entró la enfermera y sentí que solo habían pasados unos minutos desde el momento en que había dejado el cuarto la noche anterior. Tenía mucha pereza de tener que repetir el examen, así que lo primero que le pregunte fue si había dormido y me respondió que sí, que la máquina, ella o el dios del sueño, habían podido tomar las medidas necesarias para obtener un resultado.
Me alisté, abandoné el lugar y caminé hasta una panadería. Allí pedí un juego de naranja, un café, y algo de comer y me leí dos cuentos de libro que había llevado.
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