Nunca me ha gustado ese cliché meloso de: “Los ojos son la ventana del alma”. Los ojos son los ojos y ya está. ¿Por qué la persona que se lo inventó, no se conformó con decir que los ojos son las ventanas del cuerpo? Así la frase tendría más sentido, pues los viejitos de túnicas largas de la RAE, que viven con sus narices metidas en libros todo el día, definen una ventana como: “Abertura en un muro o pared donde se coloca un elemento y que sirve generalmente para mirar y dar luz y ventilación”, ¿y cuál es la función principal de los ojos?, pues mirar, ¿no?
Además, ¿cómo puede alguien hablar con tanta propiedad sobre el alma, si no tenemos ni idea qué es? Siempre que leo esa palabra, me acuerdo del libro “¿Cuánto pesa el alma?" que compré, hace mucho tiempo y por pura curiosidad, en un remate de libros de la editorial Random House. En ese libro cuentan cómo un médico intentó pesar el alma, calculando el peso de una persona justo después de su muerte, para compararlo con el peso que tenía antes de exhalar su último aliento; he ahí otro cliché. La diferencia, de haber alguna, de las mediciones, correspondería al peso del alma, que, se suponía, había abandonado el cuerpo.
Luego de una búsqueda rápida de esa frase de los ojos y el alma, leo que en la mirada de una persona están reflejadas sus verdaderas intenciones y que podemos discernir, según el brillo de los ojos, si están felices o enojados, por ejemplo. Imagino entonces que el alma debe ser un amasijo de todos nuestros sentimientos.
Puede que sea verdad y que yo esté equivocado. Mi madre, por ejemplo, tiene unos ojos verdes hermosos que no le heredé. Según ella, a veces el color es más intenso o cambia a un tono gris, de acuerdo a su estado de ánimo.
Cuando salgo a la calle en estos días, la mayoría de las personas llevamos puesto un tapabocas. Intento entonces descifrar que están sintiendo con quienes me cruzo: la persona que camina en dirección contraria, la cajera de la panadería, el celador del edificio. Miro sus ojos fijamente, pero la verdad no he logrado identificar cómo se sienten ni ver su alma, de pronto soy malo para leer los estados emocionales de las personas, o quizá necesito el resto de sus facciones para descifrarlo. De cualquier manera, querido lector, la frase no deja de ser zonza o, según la RAE: tonta, simple o mentecata.
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