Eso fue lo que Rosana le preguntó con un tono de voz firme. Para ella era claro que él estaba pensando en algo, pues luego del silencio en el que cayó la conversación que sostenían, su mirada se perdió, no en un punto de la pared que estaba detrás de ella, sino en algún recuerdo o pensamiento. Saber qué alguien estaba pensando algo que no tenía nada que ver con la conversación del momento, era un poder que ella tenía altamente desarrollado.
“¿Cómo?, ¿qué?”, pregunto él, de vuelta a la realidad, mientras se desprendía de la fantasía que se estrellaba contra las paredes de su cráneo, buscando cómo abandonarlo.
“¿En qué piensas?”, le volvió a preguntar. Él, algo nervioso, le sostuvo la mirada por un segundo, y luego la desvió. “En nada”, concluyó con una sonrisa desganada como para cambiar de tema.
Muy pocos valientes han respondido a esa pregunta, en apariencia sin sentido, con la verdad. Es posible que parte del desbarajuste del mundo se deba a nuestra falta de sinceridad cuando nos hacen esa pregunta.
Él, por ejemplo, pensaba en terminar con ella. Hacía 3 meses le era infiel y ya no disfrutaba compartir tiempo a su lado. Por eso se quedaba como idiotizado mirando un punto fijo en la pared y pensando cosas que nada tenían que ver con ella, o bien, pensando en cómo darle la noticia sin salpicar la situación con mucho drama.
Finalmente tuvo que mirarla a los ojos, y Rosana le sostuvo la mirada con una expresión sería que bordeaba el odio, como si le hubiera leído la mente. A él no le quedó otra opción que acudir al mismo lugar común que utilizan todos los que mienten ante esa pregunta: “En nada, ¿en qué voy a estar pensando?” y se acercó a ella para abrazarla y darle un beso. Ella se lo aceptó, pero ambos sintieron como el hilo que los había unido hasta ese momento se distensionaba, como si se hubiera soltado de alguno de los dos extremos.
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