Con Mariela tuve buenos momentos, ¡y qué momentos! Pero de momento, valga la redundancia, no viene al caso relatarlos. Esa etapa de momentos, cuando se conoce a otra persona, esta repleta de altibajos, de premios de montaña, terrenos planos llenos de apatía y aburrimiento y unos descensos vertiginosos.
En los primeros meses emprendimos el ascenso y fueron puras montañas repletas de dicha, esos momentos que hacen pensar que la felicidad si existe. Es verdad que a ratos pasábamos por valles rutinarios, casi una copia los unos de los otros, pero eran paisajes llevaderos, con casitas de campo y extensas plantaciones de cultivos con muchas flores.
Pero llego ese momento al que todos le escapamos y es cuando se comienza a descender. La bajada estuvo repleta de lluvia y barro y raspones, producto de nuestras caídas.
El caso es que la etapa acabó y unos meses después conocí a Natalia. No creo quererla como quise en su momento a Mariela, pero igual nos fuimos a vivir juntos, pues eso es lo que se debe hacer, ¿cierto?. De todas maneras siento que muchas cosas quedaron por decirnos entre Mariela y yo, no para quedar en buenos términos, sino para cantarle un par de verdades en su cara.
El otro día, de la nada, bueno, de ella que es como lo mismo, me llego un mensaje, en el que me daba las gracias por los momentos compartidos y no sé que más chorradas. Era el momento perfecto para descargar toda mi rabia en unos cuantos párrafos, así que empecé a redactarlos como si de ellos dependiera mi vida. Al terminar, leí lo que había escrito, pero me pareció un arrume de argumentos flojos y lo borré todo. Volví a escribir un mensaje tres veces más, pero ninguno me convenció.
“¿Qué haces mi amor?”, me pregunto Natalia al Salir del baño.
“nada”, respondí, mientras ponía el celular sobre la mesita de noche.
A la mañana siguiente tenía un mensaje de Mariela que decía: “¿Me quieres decir algo?”. Otra vez tenía la oportunidad de lanzarle un par de dardos venenosos en forma palabras, pero me contuve y solo le escribí: “No, nada”.
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